Guayaquil, Ecuador
Una de las características fundamentales de una democracia funcional es la aceptación generalizada de los resultados electorales, tanto por parte de las organizaciones políticas como por la ciudadanía en general. En las democracias maduras, esta aceptación además es acompañada por gestos de generosidad y unidad tanto de los ganadores como de los perdedores. Ecuador está lejos de ser una democracia funcional y mucho más de ser una democracia madura.
Los resultados del reciente Referendo y Consulta Popular han generado la extraña situación donde casi la totalidad de la clase política ha reclamado para sí el triunfo. Tanto los que promovieron el “Todo Sí”, como los que auparon el “Todo No”, se han proclamado vencedores, generando la lógica interrogante de que si todos ganaron, ¿quién perdió?
Particularmente huérfanas de padres han resultado las preguntas sobre la Contratación por Horas y Arbitraje Internacional; porque hasta el Gobierno Nacional, proponente de las mismas y convocante del Referendo, ha pretendido desentenderse de su suerte, aduciendo que fueron incluidas solo por la magnanimidad y pluralismo del Presidente y que su iniciativa realmente le corresponde a Construye y al Partido Social Cristiano.
Esta falta de convicción seguramente refleja el pésimo trabajo realizado por parte de los voceros del oficialismo, en realizar la indispensable pedagogía de explicarle a una ciudadanía que sufre las consecuencias del estancamiento crónico que vive nuestro país desde hace décadas, cómo estas dos herramientas son condiciones indispensables para la atracción de inversiones y la generación de empleo.
Escribo este artículo para remediar esta injusticia (la de dejar sin padres a esta derrota) y aceptar el resultado en nombre de los más de dos millones y medio de ecuatorianos que votamos Sí a las preguntas D y E. Pero acepto esta derrota también en nombre de los millones de ecuatorianos que hoy no tienen un empleo formal, décimos, horas extras, vacaciones, participación de utilidades y un largo etcétera de beneficios sociales que nuestro “garantista” régimen laboral ofrece a la sociedad como una promesa vacía y de la que nos beneficiamos unos pocos privilegiados que hoy tenemos la suerte de contar con un empleo a tiempo completo en nuestro país.
Y que como contrapartida ha condenado a la mayoría del país al desempleo y al subempleo, dejando expuestas a generaciones enteras a que se conviertan en instrumentos desechables del crimen organizado. Esto es sin dudas, una gran derrota.
Aceptar la derrota es lo que corresponde en democracia. También felicitar a los ganadores (reales o supuestos). La agresiva campaña realizada en redes sociales por los oponentes a la contratación por horas y al arbitraje internacional, fue altamente exitosa en difundir desinformación, avivar prejuicios y en acentuar dogmas. Particularmente frustrante resultó escuchar a jóvenes repetir los mismos anacrónicos conceptos de “precarización laboral” y “soberanía”, que repiten como mantras los dirigentes de esa izquierda retrógrada que aún no supera la caída del Muro de Berlín.
Aceptar la derrota no implica en lo absoluto resignación. Tal como el país rectificó el grave error de haber negado hace un año la figura de la extradición como instrumento en la lucha contra la mafia, seguramente lo mismo ocurrirá en el futuro (ojalá no tan lejano), para que sean aprobados estas dos herramientas indispensables para que nuestro país sea capaz de generar los empleos necesarios para sacar a millones de ecuatorianos de la pobreza.
Hasta eso, a los “perdedores” nos corresponde hacer un ejercicio de humildad y empatía para transmitirle al resto de nuestras conciudadanos la necesidad de abrazar de una vez por todas la senda del desarrollo y la modernidad.