De la hipocresía

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Quien ha optado por el crimen para obtener sus objetivos personales se ve envuelto en una dinámica que lo lleva a seguir delinquiendo y a cometer nuevos y más graves delitos. Pero esta persona no es un simple objeto de fuerzas externas que se le imponen, sino que, como piensa solo en su conveniencia, alberga en sí mismo la voluntad de conseguir lo que se propone de cualquier manera. Ronny Aleaga ha sido acusado por su mujer de secuestrar a su propio hijo y Wilman Terán ha pasado del soborno a amenazar de muerte a Álex Palacios, su ex mano derecha. “Si abres la boca, serás un muchacho muerto”, le dijo en la Cárcel 4.

El que ha cometido un delito suele cometer otros para evitar que lo descubran o sancionen. Y, como carece de freno moral, se lo permite todo para protegerse. Nada, ni el secuestro ni el asesinato, le está vedado cuando se trata de garantizar su seguridad y sacar alguna ventaja. Y si al inicio de su carrera en el hampa todavía guardaba algunos escrúpulos, los va perdiendo en la medida en que comete crímenes cada vez más graves.  Siguiendo ese ritmo, algún día cruza el río, quema las naves y, entonces, ya no vuelve a la comunidad de la que alguna vez formó parte.

Si no se ha sabido combatirla, la criminalidad aumenta, se agrava, se diversifica. Y mientras lo hace va generando un orden alternativo al orden cívico, en el que los deseos personales de los delincuentes se imponen al bien común y entran en conflicto con otros deseos del mismo tipo. En países con una fuerte presencia del crimen organizado, como el nuestro, tal conflicto puede conducir a sangrientas guerras intercriminales.

¿Es posible reintegrar a la comunidad a gente que no ve en los otros sino presas o depredadores? Lo dudo. Incapaces de trascender sus deseos, estas personas se relacionan con otras nada más que para conseguir de ellas algo que los satisfaga. Así que jamás veremos a Ronny Aleaga ni a Wilman Terán reintegrados a la comunidad contra la que se levantaron. Nadie, a estas alturas, puede creer en las conversiones de pandilleros y mafiosos. Aleaga y Norero son los mejores ejemplos.

Llamar SNAI, Servicio de Atención Integral a Personas Privadas de Libertad, al sistema de cárceles del país es un acto de hipocresía y un atentado contra la lógica. Una pena no puede, de ninguna manera, ser considerada un servicio y el que está preso sabe por experiencia propia que en la cárcel no disfruta de un derecho, sino que sufre un castigo.

Para desarrollar una adecuada política carcelaria, hay que empezar sincerando las definiciones y liberándose de conceptos mentirosos e inaplicables a la realidad. ¿Es posible, con el tipo y la magnitud de la criminalidad que tenemos ahora, plantear una política de rehabilitación y reinserción de los reclusos de nuestras cárceles? Quien afirme que sí es ingenuo o hipócrita.

Quizá en unos cincuenta años, si las cosas mejoran hasta el punto de que el crimen haya dejado de ser un orden alternativo al de la civilidad para convertirse en un hecho excepcional, podremos hablar de rehabilitación y reinserción. Por ahora nada puede hacerse, a no ser que se instaure un sistema carcelario rígidamente diferenciado, que mantenga alejados de la sociedad, y por el mayor tiempo posible, a los delincuentes más peligrosos y contumaces, y que separe de esta masa a los delincuentes primerizos, responsables de delitos menores, y que, por lo mismo, no han roto definitivamente sus vínculos con el orden civil. Solo con estos últimos algo se podría hacer.

Álex Palacios.

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