«¡Ay, Pame!» o de la impudicia

Fernando López Milán

Quito, Ecuador

Que los delitos y otros actos reprochables se cometan a escondidas porque quien los comete siente al menos un poco de vergüenza es un signo de que todavía no hemos caído en la barbarie. Si esos actos, en cambio, se cometen a cara descubierta y a la luz del día, no cabe duda de que hemos dejado o estamos dejando de ser una sociedad civilizada.

El día de ayer, durante la comparecencia de la fiscal, Diana Salazar, ante la Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional, el correísmo, con la presidenta de la Comisión a la cabeza, decidió recibir en comisión general al prófugo de la justicia, Ronny Aleaga, intentando igualar su posición y su palabra a las de la fiscal de la nación.

Para la presidenta de la Comisión de Fiscalización, la correísta Pamela Aguirre, ese delincuente y la fiscal están en el mismo nivel moral, y la delincuencia, que ha colocado en el mismo plano que la justicia, constituye su legítimo contradictor.

Desterrada la vergüenza, en el mundo de la barbarie reina la impudicia. Impúdica fue la actuación de Pamela Aguirre y sus coidearios. Y su impudicia nos da la medida de lo que ella y su gente son capaces de hacer. La vergüenza que alguien experimenta cuando comete un acto incorrecto revela que esa persona tiene una conciencia moral sana. La desfachatez y hasta la soberbia con las que comete una acción reprochable son propias del bárbaro.

Pamela Aguirre, que se ufana de sus faltas y, encima, trata de hacerlas pasar por acciones correctas, practica la política de la barbarie. Estado en el que todo vale, pues no hay referentes para el bien ni para el mal.

Por eso, la actuación de Pamela Aguirre y sus coidearios en la comparecencia de la fiscal nos dice que ellos ni siquiera llegan a inmorales. Son amorales y, gracias a su amoralidad, no tienen ningún empacho en poner en el mismo saco al delito y la justicia, a un delincuente y a una mujer honesta.

Carecer de referentes morales vuelve aceptable cualquier acción. El delincuente, entonces, puede juzgar al juez y el juez, someterse al juicio del delincuente.

La amoralidad de Pamela Aguirre y la desvergüenza con que la practica es algo más que una tara ética personal. Es el indicador del estado de salud moral de la sociedad política. De una sociedad en que la conducta de las personas no se guía por valores y reglas generales, sino por el imperativo del momento, independientemente de su contenido moral.

“!Ay, Pame!”. ¿Hasta dónde vas a llegar?

La correísta Pamela Aguirre, presidenta de l Comisión de Fiscalización de la Asamblea Nacional.

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