
Quito, Ecuador
Que la FIL de Quito se haya convertido en una vitrina del correísmo no sorprende a nadie, pues, desde hace tiempo, los criterios extraliterarios se han ido imponiendo a los criterios literarios e intelectuales en la selección de invitados y la orientación temática de las ferias del libro.
Lo que asusta ahora es que a la filiación ideológica, al ser o haber sido pareja sentimental o amigo de los curadores y organizadores, se haya agregado una condición que nada tiene que ver con la literatura ni el pensamiento, pero sí con la policía: me refiero a la buena conducta de los autores.
De acuerdo con esta nueva condición, y si aún estuvieran entre nosotros, de la FIL de Quito estaría excluido Pablo Neruda, por mal padre; Álvaro Mutis, por haber estado preso en la cárcel de Lecumberri, en México; Mario Vargas Llosa, por haber asestado un puñetazo a Gabriel García Márquez (sobre esto no estoy muy seguro, pues el agredido en este caso fue un hombre y no una mujer). Habrían sido invitados, eso sí, y no por la calidad -innegable- de su obra, sino por ser homosexuales, Verlaine y Rimbaud. Aunque a este último no lo habrían llamado a la siguiente edición de la feria por haberse dedicado al tráfico de armas.
No la mala calidad de su obra -que desconozco-, sino la conducta, ha sido el motivo de la exclusión de la feria de Orlando Pérez, intelectual orgánico del correísmo. Con el agravante de que el grupo “Las voladoras” no solo que rechaza la presencia de Pérez en la feria, sino que le lanza una velada amenaza por si acude: “Asistiremos a la FIL de Quito, dicen. Estaremos listas para protegernos y cuidarnos (…). Listas para sumar y reaccionar. No es necesario invocarnos. ¡Estaremos vigilantes!”.
La cancelación de artistas y escritores por su mala conducta lleva, a veces, a boicotear la difusión de su obra, como ocurrió con los intentos de cien feministas, en París, en el año 2019, de impedir el estreno de la película J´accuse, de Roman Polanski, pues el director había sido acusado por una mujer de haberla violado en el año 1975.
La cuestión de los invitados se vuelve aún más complicada si consideramos que la FIL de Quito se organiza con recursos estatales, y que el Estado no defiende valores estéticos, sino valores cívicos. En este hecho se basó Platón para proponer la expulsión de los poetas de la República, pues, a su parecer, la poesía hacía que los ciudadanos le tuvieran miedo a la muerte.
En el mismo criterio se basaron tanto la imposición del realismo socialista en la Unión Soviética y sus satélites como el rechazo de George Orwell a la concesión a Ezra Pound, escritor fascista y antisemita, del premio Bollingen de poesía del año 1949, otorgado por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Sin embargo, algo que no puede obviarse es que un Estado, además de promover valores cívicos, es el garante de las libertades de los ciudadanos. Y, entre estas, de la libertad de pensamiento, la libertad de expresión, la libertad de opinión y la libertad de creación. Si una entidad estatal como el municipio impide la libre expresión y difusión de las ideas por motivos de conducta estaría incumpliendo su función de garante de las libertades ciudadanas. Como estaría incumpliendo sus funciones el Estado si no sanciona a los autores, importantes o no, que han cometido una infracción o un crimen.
Ambas funciones son propias del Estado, pero ambas se desarrollan en ámbitos distintos de la vida pública. Luego, si el criminal o infractor ya ha sido sancionado y ha cumplido su condena, está liberado de su deuda con la sociedad, y no cabe alargar hasta el infinito dicha pena o sancionar al infractor o al delincuente más de una vez por la misma causa. No se debe, decimos, pero, en la práctica, ciertos autores y artistas de “mala conducta”, aparte de la pena impuesta por un juez, están obligados a sufrir otras sanciones impuestas por quienes no tienen ningún derecho para hacerlo.
A fin de que no se vuelva a instalar la “vitrina correísta” ni ninguna otra vitrina de ese estilo, los organizadores de eventos culturales como la feria del libro deben ser conscientes de que los únicos criterios para difundir la obra de un autor es su valor estético o intelectual. Una feria del libro no es un lugar para hacer política partidista ni activismo social, ni para perseguir o sancionar públicamente a nadie. Una feria del libro es una oportunidad para difundir lo mejor del arte y el pensamiento; lo más original, lo más sólido, lo más renovador, lo clásico. ¿Estamos?
