Inside Out 2

Andrés Cárdenas Matute

Quito, Ecuador

Ya me había pasado con la primera parte de Inside Out: que me resulta más inteligente que divertida. No es raro que, hace casi diez años, aquel laberinto de emociones haya merecido una nominación al Oscar en guión, un dato importante siendo una película de animación infantil. Ahora eso será poco probable, ya que desapareció el efecto sorpresa.

Tal vez sea mi interés en la afectividad el que me empuja a querer entender perfectamente, fotograma a fotograma, con cierto cansancio, la construcción que hace la película sobre el funcionamiento interior de Riley.

En Inside Out 2 tenemos a nuestra protagonista de 13 años entrando en la adolescencia y, con ello, al descubrimiento de cuatro nuevas emociones –ansiedad, envidia, vergüenza y aburrimiento– que se suman a las cinco anteriores –alegría, tristeza, miedo, ira y asco–. Esta vez son emociones más sofisticadas, que incluyen la consciencia del paso del tiempo y la consciencia de la presencia del otro. Es interesante la aparición de las creencias: ciertos recuerdos fijados con mayor solidez que van dando forma a una identidad.

El escenario es un campamento de hockey en el que será puesta a prueba la solidez de la amistad con sus dos mejores amigas. La historia es previsible y no nos ahorra el mensaje: que, para formar nuestra identidad, no podemos dejar de lado ciertos aspectos de nuestro pasado –las bolas de recuerdos– que tal vez quisiéramos eliminar.

Nos dicen desde Pixar que Riley tiene que quererse y aceptarse tal como es. Y eso es verdad. Pero es solo la primera parte de la verdad. Cuando Aristóteles vea esta película le va a dar la impresión de que, cuando termina, recién tiene que comenzar. Se preguntará: ¿y en qué momento Riley descubre que, poco a poco, puede ir moldeando sus emociones, ya que de ello se trata todo?

Pero esto quizás solo haría todavía más complicadas –y menos divertidas– las cosas.

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