
Quito, Ecuador
Los latisueldos de CELEC (Corporación Eléctrica del Ecuador) y el caso de Rosa Argudo, secretaria del Sindicato Único de Obreros del IESS del Azuay, que tiene a cinco familiares suyos trabajando en esa institución y de la que se sospecha haberse enriquecido ilícitamente, son un ejemplo claro de la perversión del sindicalismo ecuatoriano.
Creado para proteger al trabajador de los abusos del patrono y para asegurarle condiciones laborales dignas, el sindicalismo ecuatoriano se ha convertido en un instrumento de corrupción y nepotismo y en el generador de una casta dorada, cuyos sueldos, en ciertos casos, pueden llegar a ser hasta treinta veces más altos que el del trabajador promedio.
Nacido como una organización de clase, la clase obrera, el sindicalismo ha terminado siendo, en Ecuador, una organización de casta, que, en su beneficio, se aprovecha de los fondos públicos y de los aportes de los demás trabajadores, pues, ¿a quién si no a los aportantes al Seguro Social pertenecen los fondos de los que se ha beneficiado Rosa Argudo?
Trabajadores organizados para sangrar a otros trabajadores y para esquilmar al Estado, cuyo dinero nos pertenece a todos, es un hecho que no puede calificarse de otro modo que de perverso, es decir, de malo en extremo y corruptor de las costumbres.
Al convertirse en una organización de casta, y al tener dirigentes vitalicios o casi vitalicios, como Rosa Argudo, que lleva veintiún años como secretaria general del sindicato del IESS en el Azuay, el sindicalismo ecuatoriano se ha ido en contra de valores inherentes a esta forma de organización, como la igualdad y la democracia.
La solidaridad es otro de los principios menoscabados por los sindicalistas de casta, ya que, de ninguna manera, se puede calificar de solidario a un trabajador del sector público que gana trece mil dólares en relación con otro del mismo sector que gana apenas el salario mínimo, o a una dirigente sindical que ha entregado a sus familiares puestos que podrían haber sido ocupados por personas sin influencias y, quizá, con mayores necesidades.
Estos sindicalistas, eso sí, parecen ser solidarios con los corruptos. Y es muy posible que miembros y dirigentes de los sindicatos del sector público sean el tercer actor invisible, el intermediario, en los actos de corrupción tan frecuentes en el IESS y en el sector de la salud.
Cuando se habla de la crisis institucional que vive el país, no se suele mencionar a los sindicatos. El sindicalismo ecuatoriano, sin embargo, no es solo una institución en crisis; es una institución en decadencia, que se ha ido corrompiendo y desnaturalizando hasta el punto de haber distorsionado sus fines y objetivos, para terminar sirviendo a los intereses de una casta voraz y egoísta.