
Ávila, España
Las pasadas elecciones de la Unión Europea, donde se eligieron a los miembros del Parlamento Europeo, han mostrado un cambio de tendencia política respecto al panorama de las últimas décadas. Los partidos socialdemócratas han perdido representación en los principales países europeos, mientras que los partidos situados a la derecha y a la «extrema derecha» han conseguido mejorar sus resultados. En Francia, Marine Le Pen, líder de la Agrupación Nacional, ganó ampliamente las elecciones en su país, lo que ha provocado que el presidente Emmanuel Macron convoque elecciones parlamentarias. Esta situación ha generado una gran convulsión política en Francia, ya que siempre que el partido nacionalista ha despuntado, los partidos tradicionales se han aliado en su contra. En esta ocasión, el líder del partido conservador Éric Ciotti ha sido destituido de su cargo tras pretender pactar con Le Pen.
En Alemania, los partidos que componen el gobierno se han desplomado en las elecciones, en un duro castigo a Olaf Scholz, y avanza con fuerza el partido nacionalista Alternativa por Alemania (Alternative für Deutschland). En Italia, el gobierno de Giorgia Meloni, de derecha conservadora, ha ganado las elecciones. Quizás el caso de España sea algo excepcional, pues, aunque el Partido Socialista ha perdido frente al Partido Popular, todavía mantiene cierta resistencia. Un caso curioso es la irrupción, con tres eurodiputados, de un nuevo movimiento llamado “Se acabó la fiesta”, liderado por Alvise Pérez, que ha conseguido representación sin pertenecer al establishment de los partidos nacionales y teniendo como bandera la lucha contra la corrupción política.
Tras conocerse los resultados, la presidenta de la Comisión Europea y miembro del Partido Popular Europeo, Ursula von der Leyen, ha planteado una alianza entre liberales y socialistas en su intento de alcanzar la reelección en el cargo. Es cierto que, de momento, los partidos tradicionales mantienen el poder político en las instituciones europeas, pero hay que analizar las causas profundas del surgimiento o afianzamiento de partidos nacionalistas y evitar caer en la fácil tentación, como hacen sus adversarios políticos o los medios de comunicación masiva, de crear etiquetas como las de extrema derecha a todo el que se opone a ciertas agendas políticas que se han impulsado en los últimos años.
El descontento de amplias capas de la población es evidente en una Europa que se caracteriza por el estancamiento económico, la excesiva regulación y carga fiscal, la baja natalidad, el fenómeno de la inmigración ilegal descontrolada y la imposición de una agenda climática (la famosa Agenda 2030) que tiene efectos muy negativos sobre amplios sectores sociales.
La Unión Europea está quedando rezagada en el plano geopolítico internacional en gran medida porque no hay una política exterior común. Esto se ha visto recientemente con el reconocimiento aislado de Irlanda y España del Estado de Palestina, pero está presente en muchas decisiones sobre la Guerra de Ucrania o el conflicto entre Israel y Hamás. El empeño en regular todos los sectores económicos hace que no seamos capaces de liderar e innovar en el ámbito de la inteligencia artificial y las imposiciones relacionadas con la Agenda 2030, impulsadas por los Verdes de Alemania y otros partidos, están afectando al sector agrícola y ganadero.
Además, tampoco hay mucha coherencia en este sentido, y un ejemplo es el de los coches eléctricos. Europa es muy competitiva en la fabricación de coches de combustión, pero no en los coches eléctricos que tratan de impulsar. De hecho, se anunció la prohibición de vender coches de gasolina y diésel para 2035. Pues bien, resulta que en este sector está destacando Estados Unidos con los Tesla y los fabricantes chinos con BYD, que a diferencia de la marca de Elon Musk, tienen precios muy competitivos. Sin embargo, en lugar de fomentar la compra por parte de los europeos de estos vehículos, se quiere imponer un arancel muy elevado con el argumento de que el gobierno chino subsidia a esas empresas, lo que generaría una competencia desleal, como si los gobiernos europeos no hicieran lo propio con su industria.
El fenómeno de la inmigración es más complicado, pero está claro que tiene un gran impacto social cuando es de procedencia de países con una cultura muy diferente a la occidental y especialmente si no hay un control adecuado. La inmigración es positiva si contribuye a la creación de riqueza y no se fundamenta en la recepción de ayudas de los cada vez más menguantes Estados del bienestar.
Si queremos evitar el avance de partidos reaccionarios, habría que centrarse en fomentar la innovación y el crecimiento económico y controlar los fenómenos migratorios. Si nos fijamos bien, estas razones para el descontento son muy parecidas a las que impulsaron el Brexit hace unos años.