
Alexis Zaldumbide Manosalvas
Quito, Ecuador
La realización de la última Feria Internacional del Libro de Quito ha propiciado una intensa controversia en el sector cultural de la ciudad. Muchas voces se han levantado para denunciar prácticas injustas, que son habituales en la gestión de la cultura a nivel nacional y que han sido identificadas en la realización de este evento, que fue financiado con fondos públicos; y que incluyen: la centralización y cooptación de poder político y simbólico, la marginación de voces, la consolidación de argollas, el nepotismo, la endogamia, la instrumentalización de la cultura, el mal uso de recursos públicos. Todos señalamientos que podrían fácilmente extrapolarse a cualquier ámbito de nuestra vida social.
Ahora bien, el conflicto se ha dado porque existe un grupo de escritores e intelectuales que justifican algunas de las acusaciones o las minimizan, además de que respaldan a los organizadores de la Feria y al equipo curatorial. Entre quienes están a favor y quienes están en contra de lo ocurrido, se ha desatado un vaivén de reclamos y enfrentamientos, principalmente en redes sociales, pero que también han llegado a la prensa nacional.
Esta disyuntiva ha sido catalogada como una pelea de bandos, pero hablar así resulta absolutamente reduccionista. Pues la polémica va más allá de un grupo de amigos contra otro grupo de amigos, este impase se inscribe en una problemática más compleja, que atraviesa a la cultura y al sector del libro y la escritura en nuestro país, y tiene que ver con la ausencia de una verdadera política pública y una gestión clara de los recursos destinados a estos rubros.
Tomando en cuenta el escenario nacional y nuestras características como país, me pregunto: ¿Tiene algún sentido enfrascarse en este pleito? Desde un pesimismo cómodo diría que es preferible resignarse y optar por el silencio, evitar el revuelo público, el incómodo cruce de palabras e indirectas y las enemistades, pues a final de cuentas nada va a cambiar en una sociedad conflictiva y que tiene encarnadas prácticas de poca nobleza. No obstante, a riesgo de herir susceptibilidades o seguir causando angustia en algunas personas, yo aliento a que esta discrepancia continúe; los privilegios por lo general pasan desapercibidos para los privilegiados, por eso es forzoso evidenciarlos, asimismo los contrapuntos y la puesta en tensión de las creencias y visiones son vitales para evitar que exista un monopolio de la verdad.
Y aunque algunos protagonistas de este desacuerdo cultural han decidido zanjar el tema y dar por concluida la discusión, retirándose de cualquier dime o direte nuevo, me parece que debemos aprovechar la coyuntura para hablar de temas que valen la pena y que están más allá de lo administrativo (esto no significa exonerar a las entidades de control de su responsabilidad de atender las denuncias presentadas hasta su esclarecimiento).
De ahí mi pregunta: ¿Para qué hacemos la Feria del Libro de Quito? ¿Cuál es la necesidad que nos motiva a gastar medio millón de dólares anuales para hacer este evento?
La respuesta puede parecer fácil y directa, pero no es un asunto muy sencillo, ahí radica uno de los problemas que enfrenta el sector, definir claramente el beneficio de la realización de una Feria del Libro para la ciudad.
Inicialmente podríamos decir que el objetivo fundamental es vender libros, con lo cual estaríamos limitando la responsabilidad de hacer este evento al sector privado, al ser una actividad netamente comercial y cuyas decisiones se enfocarían en el afán de lucro. No obstante, la organización de este evento va más allá del negocio, o así lo queremos creer, por eso se movilizan fondos públicos, con el objetivo de promover en nuestra sociedad el fundamental hábito de la lectura y poner los libros al alcance de todos los públicos, facilitando así la democratización de la cultura.
Pero esto me lleva a otras preguntas igual de necesarias para el debate: ¿Los ecuatorianos en realidad no leen? y ¿Por qué queremos promover la Literatura en el país?
Aunque parezca increíble y desdiga a la creencia popular, los ecuatorianos sí somos lectores habituales, esto debido a que hay mayor alfabetización en nuestro país y vivimos en una época en la que el texto tiene un peso grande en nuestras vidas. Esta aseveración es fácilmente comprobable con la encuesta de hábitos lectores que sacó el Ministerio de Cultura y Patrimonio el año pasado. Las horas destinadas a la lectura son significativas, en todos los rangos etarios. El problema en realidad está en el tipo y la calidad de las lecturas. En nuestra logósfera se consume mucho texto digital, a través de redes sociales, lectura que es de carácter más informativo y cotidiano, contenidos que pueden ser catalogados como irrelevantes. Por otro lado, cuando se trata de libros, los niños y jóvenes consumen textos escolares, porque están en edad formativa; los adultos libros técnicos y de superación personal; mientras que los adultos mayores leen principalmente material religioso. Lo que no se consume o se consume muy poco es literatura, tanto poesía como narrativa.
Esta debería ser una de las principales justificaciones para la promoción y organización de la Feria del Libro de Quito, mejorar los índices de lectura recreativa y de ocio, propiciando además a que existan lecturas de mayor calidad. Sin embargo, es imperativo preguntarnos: ¿Qué cambiaría en nuestro país si promovemos y masificamos la lectura literaria? ¿Cuál es el beneficio que obtendríamos?
Desde una perspectiva romántica diría que el cambio sería importante y positivo, porque siempre se ha pregonado que la lectura hace mejores personas, construye seres humanos valiosos; y eso es lo que necesita nuestro país con urgencia. Aun así, no existe evidencia de aquello y si consideramos que los más asiduos lectores (me refiero a consumidores de literatura) son los escritores, tanto poetas como narradores, desde el puro empirismo podría afirmar que aquella creencia es falsa, de falsedad absoluta. Sin generalizar, los escritores y escritoras son personas horribles: mezquinos, arrogantes, infieles, tiranos, viciosos, acosadores, corruptos, infames; no me refiero solo al contexto local, si tomamos las biografías de los y las principales escritoras en la historia literaria de la humanidad, no existen prototipos de beatitud o santidad.
Otra de las afirmaciones que suele acompañar esta irrefutable máxima de que la lectura es importante para la sociedad, radica en el hecho de que la gente cultivada e intelectual es mucho más crítica y tiene mayor consciencia sobre su realidad, por lo que una sociedad educada y leída tiene o gestiona mejor la democracia en su país o ciudad. Otra falsedad, porque la evidencia nos enseña que intelectuales tanto de izquierda como de derecha, pueden ser absolutamente irreflexivos e idiotas, legitimadores de gobiernos déspotas y terribles, auspiciadores de tiranos y victimarios de la propia población. Brillantes personalidades de la literatura han tenido cercanía con gobiernos ominosos y han sido funcionales a poderes brutales, con el fin de mantener sus privilegios y acrecentar un prestigio instrumentalizado por el poder de turno.
Entonces: ¿Por qué nos empeñamos en masificar el gusto por la lectura literaria en la población del país? ¿Destinando ingentes recursos públicos para ello, además de exigir una política pública que se concrete en metas alcanzables?
La verdad no tengo una respuesta definitiva, considero que esta inquietud debe transformarse en un debate fundamental para nuestra generación. La respuesta tiene que construirse con perspectivas antagónicas, con el aporte de personas que sienten antipatía unas por otras, pero que forman parte del mismo contexto geográfico y temporal, por lo que comparten una realidad histórica y están en la obligación de juntar esfuerzos y superar sus taras y visiones individuales por el bienestar general.
Lo que sí puedo hacer es aventurar una contestación de carácter muy personal.
Es necesario promover el hábito de la lectura de poemas, cuentos y novelas, en nuestro país, porque es la única manera de poder construir una visión poliédrica de la realidad, salir de los relatos reduccionistas que abundan en nuestro entorno (progres-fachos; abortistas-antiabortistas; argolla-periferia), división que se empieza acentuar y perpetúa una mirada maniquea de la realidad.
La literatura no es moralizante, no pretende tampoco adoctrinar o promover un relato correcto de la historia. Puede ser despiadada, inmoral y perversa; por eso es necesaria, porque nos ayuda a entender la esencia de lo humano, sin juicios de valor, a construir una imagen más próxima y fiel de nuestra realidad.
En una época en el que el storytelling se está apropiando de la narrativa universal, podando las complejidades, las capas de profundidad que componen la comprensión de lo humano, enfocando su discurso a las ventas y a la híper productividad; leer literatura puede ser una manera de escapar a esa simplificación de la vida, puede ser una herramienta para combatir las paranoias y superar estas dicotomías simplistas en las que hay un bando malo y otro bueno, que eliminan cualquier matiz que posibilita la trascendencia del conflicto, desde una perspectiva dialéctica.
Estas son simples ideas que deberían discutirse, ponerse a prueba, que tienen que ser definidas por todos los actores que conforman la esfera del libro y la lectura en el país, no solo por unas pocas voces que provienen de un oficialismo legitimado por el poder político. Tras ese debate veremos si conviene o no realizar una Feria del Libro con fondos públicos. A priori yo me mantengo en que es necesaria, pero igual me puedo equivocar. Lo importante es aprovechar el contexto que ha movilizado a voces de distintos ámbitos y geografías, para encarar una discusión que hoy es impostergable.
- Alexis Zaldumbide Manosalvas (Quito 1982) Escritor y comunicador social. Ganador del Premio Nacional de Literatura “Aurelio Espinosa Polit” 2018, con el libro de cuentos: “Habitaciones con música de fondo”, sus libros de cuentos infantiles y juveniles se comercializan en Colombia hace más de una década; formó parte de la Antología de la Novísima Narrativa Iberoamericana en 2009, promovida por la Unión Latina y Random House. Sus textos han sido publicados en revistas nacionales e internacionales.