
Quito, Ecuador
Próximamente, elegiremos presidente, vicepresidente y asambleístas. Las organizaciones políticas prometen realizar elecciones primarias en agosto próximo, pero todos sabemos que este ejercicio de “democracia interna” no refleja una verdadera competencia ni inclusión, sino que perpetúa un sistema de “dedocracia”, en el que el control está en manos de los dueños de partidos y/o el mejor postor.
El fenómeno de la dedocracia (o dueñocracia) es un claro ejemplo de cómo los principios democráticos son traicionados desde dentro. En lugar de prácticas participativas y transparentes, nos enfrentamos a un sistema en el que se elige “a dedo”, sin que prevalezca otro criterio más allá de la voluntad de unos pocos.
Putrefacción del Sistema Partidista y Electoral: El sistema partidista y electoral en nuestro país se encuentra gravemente deteriorado. La falta de regulaciones claras como, por ejemplo, la exigencia de afiliación por un tiempo mínimo para postularse a cargos, abre la puerta a prácticas corruptas, manifestadas en acuerdos coyunturales y en la venta de espacios en las listas a cambio de ingentes sumas de dinero. Este entorno corrupto no sólo limita la competencia genuina, sino que también destruye la confianza en las instituciones políticas.
Los ejemplos abundan; los más recientes son varias precandidaturas presidenciales para 2025, incluyendo la flamante alianza entre la Izquierda Democrática y Carlos Rabascall, quien fue candidato a vicepresidente en 2021 con Andrés Araúz por la Revolución Ciudadana. Asimismo, la anunciada alianza entre el partido SUMA y Pedro Freile, excandidato presidencial en 2021 por el Movimiento AMIGO, ejemplifica esta tendencia conocida en lenguaje popular como “camisetazos”.
También se debe mencionar al presidente Daniel Noboa, quien llegó a la Asamblea Nacional en 2021 auspiciado por el movimiento Ecuatoriano Unido, fundado por el hermano del expresidente Lenin Moreno, ganó la presidencia en 2023 a través de la coalición Acción Democrática Nacional. Esta coalición está conformada por el Movimiento Pueblo, Igualdad y Democracia, fundado por un primo del expresidente Moreno, y el movimiento MOVER, creado en 2006 por el expresidente Rafael Correa bajo el nombre de Alianza PAÍS.
Lo mencionado ilustra cómo las alianzas oportunistas, desprovistas de una base ideológica sólida, proliferan en un contexto de democracia deteriorada. Lo más alarmante es que los partidos y movimientos políticos se han convertido en mercancías, funcionando como meros vehículos electorales para el mejor postor.
La compra o alquiler de organizaciones políticas revela un desprecio alarmante por los principios democráticos en favor del oportunismo electorero. Esta práctica deteriora la calidad del debate democrático, transformando la política en un juego de intereses personales. La situación subraya con urgencia la necesidad de una reforma profunda para restaurar la transparencia y la integridad del sistema político.
Democracia Representativa y Selección de Candidatos: La democracia debe comenzar en el interior de las organizaciones políticas, desde la selección de directivas hasta la de candidaturas. No podemos hablar de democracia real si al interior de los partidos y movimientos no se respeta el derecho a la participación y la toma de decisiones horizontales.
La democracia interna implica, entre otras cosas, mecanismos competitivos – reales y transparentes- en la selección de candidatos, participación de los afiliados en la formación de la voluntad partidista y elaboración de propuestas, y mecanismos que aseguren el control efectivo de los militantes sobre los dirigentes, con procesos para premiar o sancionar decisiones.
El artículo 348 del Código de la Democracia establece tres modalidades para llevar a cabo procesos de democracia interna: 1) Primarias abiertas participativas, con voto universal, libre, igual, voluntario, directo, secreto y escrutado públicamente, involucrando a afiliados, adherentes y sufragantes no afiliados; 2) Primarias cerradas, con voto libre, igual, voluntario, directo, secreto y escrutado públicamente, restringido a los afiliados a partidos políticos o adherentes permanentes a movimientos políticos; y 3) Elecciones representativas a través de órganos internos, según lo dispuesto por el estatuto o régimen orgánico. Las agrupaciones políticas han optado predominantemente por elecciones representativas a través de oscuras asambleas o convenciones.
Esta “práctica democrática” se ha reducido a un formalismo vacío, sin fiscalización ni mecanismos de control. Numerosos testimonios dan cuenta de cómo varias organizaciones políticas se constituyen únicamente para lucrar. Sin base ideológica ni figuras representativas, permanecen en silencio la mayor parte del tiempo, resurgiendo sólo durante las campañas presidenciales o elecciones seccionales para “hacer negocio” en las 24 provincias del país. En estos periodos, sus dueños inician la subasta de espacios en la papeleta y el manejo corrupto de los fondos partidarios. Este modus operandi ha sido aterradoramente normalizado.
Una democracia moderna es inconcebible sin partidos políticos: Estos partidos, más allá de participar en elecciones, actúan como puentes vitales entre los ciudadanos y el Gobierno, representando sus intereses, valores y preocupaciones. Se espera, naturalmente, que una vez en el poder, interpreten estas aspiraciones populares y las traduzcan en políticas públicas alineadas con su ideología. Sin embargo, persiste una desconexión evidente entre la ciudadanía y el gobierno, ya que los partidos no cumplen adecuadamente su papel de intermediarios.
Para restablecer esta sintonía esencial, es imperativo recuperar la misión tradicional de las organizaciones políticas, lo que comienza con la conformación de una militancia activa que asuma roles y responsabilidades, disfrutando de derechos y cumpliendo con obligaciones. Es fundamental enmarcar estos esfuerzos en procesos de formación política continuos y en la creación de espacios de participación donde se valoren y acojan las ideas de los miembros para la formulación de estrategias y políticas.
Sin la implementación de reformas, Ecuador seguirá atrapado en un ciclo pernicioso de corrupción y oportunismo político que degrada la esencia de la democracia. La persistencia de la dedocracia y la dueñocracia, constituyen sistemas que permiten a unos pocos manipular el proceso electoral en su propio beneficio, consolidando el poder en manos de intereses particulares, excluyendo a la ciudadanía del proceso político. Este entorno vacía los discursos sobre democracia de su contenido real y transforma la política en un espectáculo superficial, socavando la integridad del sistema partidista y minando la confianza pública en las instituciones.
Sin una revitalización basada en transparencia, participación y justicia, las organizaciones políticas seguirán siendo meros vehículos para intereses personales, resultando en una gobernanza deficiente. En última instancia, la inacción ciudadana desintegrará, poco a poco, el sistema político, abriendo la puerta a formas de gobierno más autoritarias y corruptas, erosionando aún más la calidad de vida y la confianza en el futuro del país. Sólo a través de una reforma profunda y auténtica podremos asegurar que la democracia deje de ser una palabra vacía y se convierta en una realidad vivida y compartida por todos.
