
Ávila, España
En las últimas semanas, estamos asistiendo a una nueva demostración, y por duplicado, de la doble moral que exhiben algunos analistas y partidos políticos de la izquierda oficial en relación con los acontecimientos que se están produciendo en varios países de América Latina. Por un lado, en Argentina, el expresidente Alberto Fernández ha sido acusado con pruebas de maltratar a su esposa, Fabiola Yañez; por otro, la dictadura de Nicolás Maduro ha perpetrado un nuevo fraude electoral en las pasadas elecciones de Venezuela.
En el primer caso, algunas periodistas que se autodenominan feministas han relativizado la gravedad del asunto e incluso han cuestionado las evidencias y el testimonio de Fabiola, cuando hasta hace poco defendían el lema “hermana, yo sí te creo”. La razón está, evidentemente, en que los hechos afectan a un político peronista que presidía un gobierno de izquierda hasta la llegada de Javier Milei. El feminismo tradicional tiene razón en muchas de sus reclamaciones y ha logrado grandes avances en los países democráticos occidentales, pero las nuevas versiones de este fenómeno tienen un componente más político e ideológico que de verdadera preocupación por la igualdad legal y social entre los sexos. La prueba está en que, cuando “afecta” a su ideología, se pone en un segundo plano lo que debería ser el principal objetivo.
Algo similar ocurrió en España cuando el gobierno—en cuyo seno estaban las feministas de Podemos, que llegaron a ocupar el Ministerio de Igualdad—aprobó una ley que permitió la revisión a la baja de muchas condenas a delincuentes con delitos de violencia de género.
En cuanto al fraude electoral en Venezuela, muchos propagandistas del régimen dictatorial están perdiendo el relato político ante las evidencias. La oposición, encabezada oficialmente por Edmundo González pero liderada realmente por María Corina Machado, ha mostrado las actas de los comicios, cosa que no ha hecho la narcodictadura, que acusa desesperadamente a Elon Musk y a las redes sociales de una campaña en su contra.
No es la primera vez que se manipulan las elecciones, pero esta vez el engaño ha sido tan mal pergeñado que las principales democracias del mundo están exigiendo el respeto a los resultados y la transparencia electoral. Hasta la ONU ha emitido un informe denunciando las irregularidades electorales. Por eso ha hecho bien la oposición en rechazar la petición de los gobiernos de Brasil y México de repetir las elecciones.
Muchos partidos políticos de izquierda radical en Europa están haciendo la vista gorda ante esta situación, cuando en sus respectivos países dicen defender los derechos humanos, que se violan constantemente en Venezuela. En España, tenemos algunos ejemplos, como el del expresidente socialista José Luis Rodríguez Zapatero y el de Juan Carlos Monedero, uno de los fundadores del partido Podemos. Esperemos que el pueblo venezolano consiga la ansiada libertad.
En los últimos días, se ha hecho referencia a las posibles negociaciones del gobierno de Biden con las altas esferas del régimen venezolano para buscar una salida pactada de estos dirigentes corruptos al extranjero, a cambio de una amnistía por sus delitos. No es la solución ideal, pues Maduro y sus compinches deberían pagar por sus delitos, pero cualquier paso en la buena dirección es bienvenido si permite sentar las bases de una Venezuela libre.
