
Quito, Ecuador
Si bien la vida de los ecuatorianos no es fácil, de hecho hay que decir que en ningún lado lo es, la realidad es que pese a las adversidades, Ecuador sigue siendo un país para vivir. En definitiva, el esfuerzo de que se enseñen valores en las escuelas, pues justamente los antivalores es lo que ha destrozado a las sociedades europeas y norteamericanas (México, Canadá y Estados Unidos), implica que apegados incluso a creencias y valores propios, nos esforzamos en ser un país habitable y socialmente fuerte.
Si el COVID-19 no logró acabar con el país, en definitiva nada lo hará. Una moneda estable y que permite un equilibrio económico es un verdadero salvavidas ante la crisis muy dura que vive el mundo. Cada vez, incluso, si miramos por encima de nosotros, el migrante ecuatoriano, aunque no exclusivamente, se está empobreciendo rápidamente en las supuestas “grandes economías” debido a los populismos y la intolerancia que no permite que el individuo se desarrolle.
En una larga conversación con el Académico de la Lengua, el Dr. Simón Espinosa Cordero, hubo un gran intercambio de criterios enriquecedores y cultos. Entre nuestra conversación salió un tema importante:
—¿Sabes una cosa, hijo? —me dijo—. Si te lo piensas, Ecuador es un país lindo para vivir. Nosotros tenemos todo, pero tenemos quejumbrosos que por todo se quejan y no aportan en nada. ¡Qué grandes lenguas sobran y que déficit de cerebros! Las sociedades europeas nos dejan un amargo sabor en la boca. Ya nadie cree en los valores sociales ni cristianos. Es el sálvense quien pueda. ¿Sabes? A la Academia (Ecuatoriana de la Lengua) le vamos a integrar a un padrecito. Él es español pero se aburrió de España. Es cura pero se enamoró de una ecuatoriana. Le estudia al Aurelio Espinosa Pólit y él me decía: “Don Simón qué jodido es pensar y opinar en España. Es un país más bárbaro que Ecuador. A usted lo desaparecen si emite un cometario político”.
Tomó el vaso de güisqui (como se escribe en español aunque horrendo) y clavando sus ojos en los míos, tomó aliento y se acomodó en su silla de ruedas.
—Todo lo que toca el socialismo lo destroza, hijo. —Esbozó una sonrisa y luego me miró de nuevo—. A este paso los pobres españoles usarán los castillos medievales para comer. Les privan de todo, hasta de su intelecto y capacidad de raciocinio. Acá tú ves que cualquiera abre una red social e injuria a cualquiera y no le pasa nada.
—Pero eso tampoco está bien, Doc Simón —le dije.
Se tomó otro largo sorbo de licor y me miró.
—No, claro que no, hijo. Pero puedes opinar sin miedo, ¿no? Mira hoy nos gobierna un muchachito nada ortodoxo pero que no desaparece a nadie por contradecirle. Sólo les dice las verdades, valoro su sinceridad, aunque de vez en cuando salga con una grosería que bien merecido los tienen los que sabemos. Aquí puedes ser católico, mahometano, musulmán, budista que a nadie le importa. Hay democracia, hijo. Tú puedes escribir en un periódico sin que nadie lo rompa. O te enjuicie o te multe.
Reflexioné esas palabras.
—¿Pero y la crisis que vivimos, Doc?
—Ecuador siempre ha estado en crisis, hijo —respondió—. Y de todas hemos salido. Si la pandemia no nos mató…
Ambos nos reímos.
—No es fácil, la vida, ¿eh, Doc? —le dije.
—Por eso es vida, hijo mío —me respondió—. ¿Pero ves lo que sale de una conversación tomando whisky (es posible que lo haya dicho en el buen inglés que lo domina entonces lo pondré así)? Hay que cambiar el país pero para eso la gente debe poner de parte.
Entonces pensé: si un intelectual dice que Ecuador es un país para vivir, así deben ser las cosas. Más vale, en efecto, arrimar el hombro y defender uno de los pocos países demócratas donde uno efectivamente puede hacer su vida a plenitud.
