Enemigos comunes

Fernando López Milán

Guayaquil, Ecuador

Conversación en el bus entre el chofer y uno de sus amigos:

-Este Nobita la cagó. ¿Usted votó por él?

-No. Por Correa. Y ya hay que votar de nuevo.

– ¿Por quién va a votar?

-Por Correa: es la salvación

En ningún momento, como puede apreciarse en este corto diálogo, el chofer y su amigo se refirieron a Luisa González, la candidata de la Revolución Ciudadana para las próximas elecciones presidenciales, sino al caudillo. Quien, se entendería, de ganar su candidata, sería el verdadero gobernante del país.

Aparte de esto, lo alarmante de esta conversación es que se da un día después de conocerse la sentencia de Carlos Pólit en los Estados Unidos, en una audiencia en la que la Fiscalía y los defensores del excontralor de lujo del correísmo discutían no sobre la existencia del delito: lavado de dinero, sino sobre el monto que Pólit había lavado: ¿diez millones de dólares?, ¿dieciséis millones?

Una de las condiciones fundamentales para que un país funcione como comunidad es que sus miembros tengan claro quiénes son sus enemigos. Eso de “nosotros no somos antinada”, que con tanto énfasis repetía el presidente Daniel Noboa, es un absurdo político. La expresión de un optimismo edulcorado, que pretende que todos los problemas se solucionan teniendo una actitud positiva y evitando el conflicto.

Sin embargo, el mundo es otra cosa, la política es otra cosa. Y resulta imposible tomar las decisiones adecuadas si no sabemos qué es lo que nos amenaza, porque una sociedad, y la democracia misma, siempre están en peligro. El caudillismo que representa Correa es una de esas amenazas. Amenaza de la que se derivan otras como la corrupción, la desinstitucionalización, el clientelismo y la división social.

Ponernos de acuerdo sobre cuáles son nuestras principales amenazas y enemigos es una forma de marcar los límites de lo aceptable en la política. Pero, además, es fijar el alcance de nuestras posibilidades, es decir, de aquello que podemos hacer.

Si aceptamos el caudillismo, aceptamos sus productos y, al mismo tiempo, que el caudillo sea quien imponga los límites dentro de los cuales debe desarrollarse la actividad política. Nuestros horizontes, entonces, no serán el desarrollo del país y el mejoramiento de la calidad de vida de sus ciudadanos, sino la corrupción y el sometimiento a una autoridad todopoderosa.

Es de una importancia vital definir contra qué estamos y, en consecuencia, qué es lo que como sociedad e individuos podemos permitirnos: optar por el correísmo y cualquier otra versión del caudillismo debería estarnos prohibido.

Gonzalez
Rafael Correa y Luisa González.

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