
Quito, Ecuador
Si la primera entrega de Todd Phillips me dejó un poco escéptico, atrapado entre, por un lado, tantos premios y tanta aclamación y, por otro lado, una patologización exagerada para el origen del Joker, el giro que se realiza en la segunda entrega, en cambio, terminó por hacerme rendir ante una saga cuya admiración crecerá con el tiempo. Esta vez asistimos al juicio que enfrenta Arthur Fleck por el asesinato de cuatro personas. El camino que escoge su defensa es, precisamente, el de recurrir a la enfermedad mental, que había sido el camino fácil escogido por los guionistas en la anterior entrega. Sin embargo, rápidamente “Joker, Folie à Deux” toma otros derroteros, sumado a que esta vez se trata, además, de un musical lleno de espectáculo visual. Fleck se enamora en la cárcel de Lee Quinzel, una fan interpretada por una gran –otra vez– Lady Gaga, quien lo percibe del mismo modo como lo hace gran parte del público que encumbró al Joker de la anterior película: ambos lo han convertido, sin que él lo buscara, en un símbolo de subversión ante no se sabe qué cosa, los ricos, los medios, los políticos, todo; quizás consiguiendo, con esta elevación involuntaria, solamente más confusión y dolor. Fleck, en su desesperada búsqueda de amor o de atención sincera, consigue finalmente ver algo de luz en Lee. Su única luz. Pero cuando decide mostrarse tal como es, no como un héroe popular, sino como un humilde necesitado, termina por sufrir, nuevamente, la mentira y el abandono; de Lee Quinzel dentro de la película, y del público fuera de la película. “There’s a certain kind of light that never shone on me”, dice una de las canciones de la excelente banda sonora. Todos quieren un superhéroe, no un desgraciado. Todos quieren un genio delirante, no un asesino callejero, sin nadie en el mundo, que nunca recibió atención ni de nosotros, sus prójimos, ni de los servicios de Ciudad Gótica.
