Un Nobel cuestionable para las instituciones y el crecimiento

Miguel Echarte

Ávila, España

Recientemente, la Academia Sueca concedió el Premio Nobel de Economía a Daron Acemoglu, Simon Johnson y James Robinson por sus contribuciones sobre las instituciones sociales y cómo estas afectan la prosperidad de los países. La noticia causó cierta sorpresa, ya que estos autores han enfocado su investigación en temas de historia económica e institucional, y estos premios suelen otorgarse a economistas más ortodoxos que se centran en modelos matemáticos.

En el libro Por qué fracasan los países, Acemoglu y Robinson establecen una teoría para explicar las causas de la riqueza de las naciones. Los países que tienen instituciones que favorecen la cooperación social, como la propiedad privada, los mercados libres y un Estado limitado basado en la separación de poderes, son países que han prosperado y tienen altos niveles de vida. En cambio, los países que poseen instituciones extractivas (gobiernos autoritarios, represión de la libertad económica, etc.) no permiten que sus habitantes salgan de la pobreza. Esta idea central la desarrollaron posteriormente en el libro El pasillo estrecho y en varios artículos académicos donde utilizan datos empíricos.

El enfoque es bastante acertado, pues la riqueza de las naciones no se basa en la situación geográfica (como sostiene Jared Diamond en su libro Armas, gérmenes y acero), ni en la tendencia religiosa (como propuso Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo). Acemoglu y Robinson dan muchos ejemplos en el libro mencionado, como el de Nogales (Arizona, Estados Unidos) y Nogales (Sonora, México), para explicar que la diferencia en el nivel de vida no se debe a la ubicación geográfica, pues son lugares fronterizos, ni a factores culturales, sino al distinto marco jurídico-institucional. 

Tampoco parece que la visión de Weber sea correcta al suponer que los países protestantes son más ricos que los católicos. Es cierto que la Revolución Industrial surgió en Inglaterra, que hacía tiempo se había desvinculado de Roma en el plano religioso, pero también es cierto que el capitalismo comercial surgió en las ciudades del norte de Italia unos siglos antes, y que las nuevas rutas marítimas abiertas tras el descubrimiento de América generaron un florecimiento de la actividad comercial a gran escala. Además, en la actualidad hay regiones católicas muy prósperas en Europa, como Baviera (Alemania), Bélgica o Luxemburgo, y también hay países ricos en otros contextos religiosos, como Japón.

Adam Smith fue uno de los primeros pensadores en plantearse la pregunta de cuál es la causa de la riqueza de las naciones. Lo que se debe explicar, precisamente, es por qué una serie de naciones lograron prosperar en un momento dado, ya que la pobreza es la condición natural del ser humano. Smith pensaba que la riqueza se debía a la especialización, la división del trabajo y el libre comercio. Esta es una idea correcta, pero plantea la cuestión de por qué algunos países fomentan el libre comercio y otros no. ¿Qué factores determinan que haya más libertad económica o un alto grado de intervencionismo estatal? Es en este punto donde podemos dar un salto hacia las instituciones políticas y económicas.

Ahora bien, estos autores no son los primeros en estudiar este fenómeno ni en ser galardonados con el Nobel. Los economistas Friedrich Hayek y Douglass North ya fueron premiados por sus trabajos, y con más acierto que los recién premiados. La principal crítica que se puede hacer a estos autores está en los ejemplos históricos que utilizan y en las explicaciones e interpretaciones que hacen de ellos. Cuando analizan los procesos de colonización en América, sostienen que en los lugares con mayor densidad poblacional hubo más resistencia por parte de los nativos, lo cual dificultó la creación de instituciones inclusivas por parte de los colonos. En cambio, en lugares como Estados Unidos, donde los nativos estaban dispersos, hubo poca resistencia y se fomentaron dichas instituciones.

En primer lugar, cabe señalar que los ingleses arrasaron con casi toda la población indígena donde establecieron colonias (Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda), a diferencia del modelo de conquista de la Monarquía Católica, que favorecía el mestizaje. Además, no es cierto el planteamiento inicial, pues la conquista de México o Perú fue bastante rápida, pese a la densidad poblacional en esos territorios. Por otro lado, tampoco es cierto que Estados Unidos haya sido más rico que América hispana desde el principio; lo es desde el siglo XIX hasta la actualidad, pero existen muchos estudios que demuestran que lugares como Ciudad de México eran mucho más prósperos que Boston u otras ciudades estadounidenses en el siglo XVIII.

Así pues, aunque los autores tienen una intuición correcta, la interpretación histórica de la evidencia que presentan no es consistente.

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