
Guayaqui, Ecuador
Vi “La Sustancia” (“The Substance”, Coralie Fargeat, 2024), la noche del jueves pasado. Ya los primeros minutos, cuando el plano se centra en esa amplia fotografía de una joven Demi Moore, colgando de la pared de su departamento en algún lugar de Los Ángeles, no he podido evitar pensar en “El retrato de Dorian Gray”, la novela del gran Oscar Wilde, de 1890, sobre el temor a envejecer y la ansiedad por permanecer siempre joven.
“Nada hay nuevo bajo el sol”, dice el Eclesiastés. “Lo que fue, será, y lo que ya se hizo, nuevamente se hará”. Minutos después estoy pensando en Robert Louis Stevenson y “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde”, de 1886, en el que narra la historia de un científico que ha creado una poción que logra separar la parte más humana del lado más maléfico de una persona.
Cuando Jekyll bebe esa pócima se convierte en Edward Hyde, un criminal capaz de las peores atrocidades, de la misma manera que cuando la cincuentona Elizabeth Sparkle (interpretada por Demi Moore), se inyecta ese brebaje para que salga de ella la joven y adorable Sue, que va a sustituirla en las pantallas de la televisión.
Stevenson propone que el bien y el mal conviven siempre en una misma persona. Una idea que es subrayada varias veces, de manera explícita, en las indicaciones que se le entregan a la señora Sparkle: aunque parezcan dos, nunca deben olvidar que son la misma persona. En la novela de Wilde, un horrorizado Dorian Grey apuñala el retrato que ha envejecido mientras él sigue lozano y bello, y él mismo cae muerto. Lo mismo pasa en el filme. Y no. No es que Fargeat haya plagiado a Wilde ni a Stevenson: solo los ha reescrito.
Y a ratos la reescritura se vuelve tediosa. Pese a su fotografía luminosa, aún en medio de la más completa oscuridad; pese a sus grotescas escenas enmarcadas en el género de body horror, hubo un momento en que yo ya estaba aburrido. Como en Barbie (la película de Greta Gerwig, que el año pasado amenazaba con arrasar en los Oscar), “La sustancia” no parece contar una historia sino declamar el mismo discurso feminista.
La horrible maldad de los hombres blancos heterosexuales en contra de las mujeres. La perversidad intrínseca de la televisión que no puede vivir sin el rating, plasmada en una película de 2024, en una época en que la televisión casi ha sido sustituida por las redes sociales pero de lo cual la directora no parece haberse dado cuenta. Ella vive en otra época. La película es tan anticuada que cuando Demi Moore llama por teléfono en busca de la sustancia lo hace desde una línea analógica, algo que realmente me hizo saltar de mi butaca.
¡Qué-es-eso! Elizabeth Sparkle no es una influencer de Instagram sino una estrella de la televisión. Ni siquiera pareciera que existieran redes sociales ni que la protagonista las use. Aunque la historia sea tan antigua y al mismo tiempo tan moderna. Stricto sensu, Sue es un fake, un catfish, un perfil falso. Una mujer vieja que se ha inventado una personalidad para fingir que es joven y sensual y engañar a los incautos. Cuando finalmente es descubierta, se ha convertido en un monstruo que da horror. Nadie podrá amarla, y cuando la miren, será despreciada. Una vieja parábola moral: mentir es intrínsecamente malo y lleva a la condenación, sin redención posible.
El final es esperpéntico. Con toques de “2001: Odisea en el espacio”, del maestro Stanley Kubrick, con las notas del poema sinfónico “Así habló Zaratustra”, de Richard Strauss, incluso con un reguero de sangre, a lo Bryan de Palma, en “Carrie”, “La esencia” provoca el terror necesario como para que los productoras la distribuyan en las salas coincidiendo con el Halloween.
De todas maneras, pocas cosas son más horribles que la Constitución de Correa. Hay que desmontar Montecristi.
