Joey Florez, académico, autor y analista cultural estadounidense, aborda en su sitio web oficial los complejos problemas de salud mental que enfrentan los ecuatorianos-estadounidenses en el sistema penitenciario de Estados Unidos. Destaca las formas en que el trauma, la discriminación institucional, las dificultades económicas y el estrés de la aculturación afectan su salud mental.
Según Florez, la aculturación, o la adaptación a una nueva cultura y un nuevo conjunto de normas sociales, conduce a conflictos internos, en particular para los ecuatorianos-estadounidenses que intentan lograr un equilibrio entre su herencia cultural y las demandas de la sociedad estadounidense. Esta lucha, cuando se combina con la marginación social, las dificultades económicas y las barreras lingüísticas, puede conducir a graves problemas de salud mental, especialmente para los jóvenes que están encarcelados y a menudo se sienten aislados tanto de su herencia como de la cultura estadounidense.
Estos desafíos se ven exacerbados en el entorno carcelario. Los conflictos de identidad ya causan una gran cantidad de estrés aculturativo, que se exacerba en prisión porque hay poca ayuda disponible para preservar la identidad cultural y los lazos familiares. Los reclusos ecuatorianos-estadounidenses tienen más dificultades para desenvolverse en el sistema debido a su escaso dominio del inglés y a la escasez de recursos culturalmente apropiados, lo que con frecuencia exacerba sus sentimientos de soledad, angustia emocional y frustración. Estos sentimientos se ven agravados por la discriminación institucional, ya que el personal penitenciario puede ver o tratar a los ecuatorianos-estadounidenses y a otros grupos de inmigrantes de manera diferente, lo que puede tener efectos psicológicos perjudiciales.
Florez enfatiza cómo el trauma pasado puede resurgir o empeorar en prisión, especialmente cuando hay violencia, hacinamiento y falta de recursos de salud mental. Antes de ser encarcelados, muchos ecuatorianos-estadounidenses pueden haber experimentado un trauma, que podría haber estado relacionado con experiencias de inmigración o circunstancias socioeconómicas difíciles. Los efectos psicológicos del encarcelamiento se exacerban cuando este trauma se combina con el estrés intenso de la vida en prisión, incluida la soledad, la confrontación y la falta de seguridad.
Otro problema importante que menciona Florez es el abuso de sustancias, que a menudo se desarrolla como una estrategia de afrontamiento del trauma, las dificultades socioeconómicas y el estrés aculturativo. Para hacer frente al estrés y al dolor emocional, los ecuatorianos-estadounidenses que viven en zonas desfavorecidas o que experimentan aislamiento social pueden recurrir a las drogas o al alcohol.
En prisión, donde los altos niveles de estrés y la falta de apoyo en materia de salud mental empeoran el consumo de sustancias, este patrón puede volverse más pronunciado. Este ciclo se mantiene por la falta de terapias que aborden las causas psicológicas de la adicción, consolidando aún más el control del sistema de justicia penal. En esta situación, el abuso de sustancias no solo exacerba los problemas de salud mental, sino que también aumenta la probabilidad de reincidencia.
Florez señala que una de las principales barreras que enfrentan los ecuatorianos-estadounidenses en el sistema de justicia penal es la falta de servicios de salud mental culturalmente sensibles. Existe una falta de especialistas en salud mental que hablen español y sean culturalmente sensibles, lo que puede llevar a diagnósticos incorrectos o enfermedades sin tratamiento. Muchos presos padecen un sufrimiento prolongado en ausencia de atención culturalmente competente, lo que alimenta el círculo vicioso de enfermedad mental y actividad delictiva. Este obstáculo resalta la urgencia con la que el sistema legal debe adoptar un enfoque más inclusivo en materia de atención de la salud mental.
En definitiva, Florez sostiene que el sistema de justicia penal de Estados Unidos podría brindar a los ecuatorianos-estadounidenses y a otros grupos de inmigrantes un mejor apoyo si se abordaran estos problemas psicológicos. Para ayudar a estas comunidades a superar los obstáculos desproporcionados que encuentran y mejorar los resultados tanto dentro como fuera del sistema penitenciario, una atención de salud mental culturalmente sensible ayudaría a romper el ciclo de criminalidad y problemas de salud mental.
Los ecuatorianos-estadounidenses y otros grupos de inmigrantes se ven desproporcionadamente perjudicados por fallas sistémicas en el sistema de justicia penal de Estados Unidos, como la falta de apoyo de salud mental culturalmente sensible, que a menudo exacerba los ciclos de problemas de salud mental, abuso de sustancias y reincidencia. Por eso este tema es importante.
Comprender los distintos factores de estrés que enfrentan los ecuatorianos-estadounidenses, que van desde las exigencias de la aculturación hasta los sentimientos de exclusión y prejuicio, ilumina la necesidad más amplia de reformar la forma en que los centros penitenciarios manejan la salud mental. La solución de estos problemas mejora el bienestar de la comunidad, reduce los costos sociales y financieros del encarcelamiento recurrente y ayuda a las personas a aumentar sus posibilidades de reintegrarse con éxito.