
Guayaquil, Ecuador
El sábado 9 de noviembre celebramos un año más de uno de los acontecimientos más importantes en la historia de la humanidad: la caída del muro de Berlín en 1989. En 1945, una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, la Unión Soviética ocupó Berlín y compartió el territorio con sus aliados. Desde 1949, existían dos estados alemanes con modelos ideológicos distintos: al este, el comunismo; al oeste, la libertad para emprender, decidir y comerciar.
Luego de varios años, los comunistas, temerosos de seguir perdiendo ciudadanos y de un hundimiento económico, decidieron cerrar las calles del este y encerrar a sus ciudadanos. Escapar hacia la libertad se tornó cada vez más difícil. Alrededor del muro, que alcanzaba casi dos metros de altura y estaba rodeado de alambres, se instalaron torres de vigilancia, obstáculos para detener vehículos y un área despejada desde donde se podía disparar a quienes traicionaran el modelo de planificación centralizada. Durante 10 años, se continuó reforzando las fronteras contra las fugas cada vez más osadas.
No fue hasta las 18:57 del jueves 9 de noviembre de 1989 que el portavoz del Politburó Germano Oriental anunció que, por primera vez, los ciudadanos podrían viajar libremente al extranjero. Decenas de miles de berlineses del este se lanzaron a las calles y se dirigieron directamente al muro para comprobar si era cierto lo que acababan de oír. Tres horas después, las personas cruzaban por montones y los guardias habían desaparecido. Un muro que antes había sido sinónimo de opresión y muerte, ahora se convirtió en un centro de alegría y fiesta. Incluso algunos fueron por picos y palas para empezar a demoler el muro.
Aquí surge la pregunta: ¿Por qué escapar del este al oeste y no al revés? ¿Cómo es que, a pesar de tener los mismos recursos naturales, la misma geografía y clima, las mismas costumbres y creencias, la realidad del occidente, que apostaba por la libertad de sus ciudadanos, y el oriente comunista no solo eran diferentes, sino incluso opuestas?
Esto fue así porque los comunistas decidieron apostar por un modelo represivo de obstrucción a los mercados y destrucción del capital privado, manteniendo la idea de que las necesidades de los trabajadores se satisfacen mejor mediante la colectivización de los medios de producción y con una economía altamente planificada. Se nacionalizaron fábricas, bancos e incluso viviendas.
En cambio, en el lado occidental se adoptaron instituciones amigables con la libre empresa, el libre comercio y la democracia. Sus ciudadanos se volvieron mucho más descentralizados para tomar sus propias decisiones, con un escaso control gubernamental sobre la economía. Este es el modelo que nos hace falta a los ecuatorianos.
