Quito, Ecuador
Viví diez años en Roma antes de regresar hace poco a Quito, así que esperaba esta película para experimentar en una pantalla la grandeza de aquella ciudad de emperadores; en parte, imagino, por la nostalgia de estar lejos. Y resulta que Ridley Scott, director de la ahora saga compuesta por Gladiador (2000) y Gladiador II (2014), está más nostálgico todavía, no tanto de Roma, sino de esa obra suya que le mereció cinco premios Oscar. Ahora sé lo que es una “recuela”: la mezcla entre un remake y una secuela. Porque si bien los sucesos esta vez acontecen un par de décadas después del primer filme, también es verdad que uno tiene la sensación de estar viendo la misma trama que mi generación vio mil veces en televisión por cable, porque era la película favorita de nuestro papá. Se trata de la misma historia, pero peor es unos aspectos, y ligeramente mejor en otros. En ambas películas tenemos a un legítimo heredero del poder, injustamente exiliado, que vuelve casualmente a Roma convertido en gladiador, con un doble objetivo: vengar a su familia ascendiendo poco a poco desde las arenas del Coliseo y salvar Roma de la corrupción. Gladiador II es peor en cuanto a la densidad del guion, lo que nos ha llevado a valorar más su primera versión, pero es mejor en cuanto al espectáculo de efectos especiales en las batallas. Se sabe que las historias que repetimos una y otra vez hunden sus raíces más bien en lo interno, no en lo externo. Así que quedará a las nuevas generaciones decidir si Ridley Scott consiguió o no con su “recuela” lo mismo que hace veinticuatro años. Aquí creemos que no.