The Holdovers (2023)

Andrés Cárdenas Matute

Quito, Ecuador

Es lógico que Alexander Payne haya hecho una película impregnada de espíritu navideño. No solo porque su historia se desarrolla durante unos últimos días de diciembre de los años setenta, sino porque su humanismo –reunirnos a pesar de nuestras diferencias y de nuestro mal carácter; compartir a pesar de las heridas de cada uno– es lo que estas fechas nos evocan. Lo que guionista y director consiguen en “The Holdovers” (2023) no es fácil: que un tipo odiado por todos, solitario por miedo a relacionarse, insoportable por su autoritarismo y pedantería, sea el centro de un relato que termina por descubrirnos que no es tan distinto a cualquiera de nosotros. Se trata de Paul Hunham, profesor de historia en un internado en Estados Unidos, que tiene que quedarse durante las fechas navideñas para cuidar a quienes no han podido regresar a sus casas. Es un contexto en el que nadie quiere estar, en el que todos están abandonados, y en el que expresan su frustración –adolescentes y profesor– hiriendo a los demás. Pero la inevitable convivencia termina obligando a traspasar las barreras defensivas que nos construimos, hasta llegar al lugar en donde siempre emerge una bondad que trata de abrirse paso entre la maleza que tejen paternidades y maternidades ausentes, frustraciones afectivas, duelos todavía en proceso. Un gran Paul Giamatti bizco, en mal estado físico, con mal olor, de carácter claramente insoportable, va haciendo surgir poco a poco a un profesor-padre que termina por sacrificarse por el futuro de su alumno. En una escena importante de la película, suena la canción de Cat Stevens: “I listen to the wind of my soul. Where I’ll end up, well, I think only God really knows”. Ese viento que inexplicablemente sopla durante la Navidad.

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