
Guayaquil, Ecuador
La economía y la política son dos campos que, cuando se juntan, se genera el riesgo de que, en lugar de esclarecer, explicar o ilustrar, se llegue a confundir, enredar o incluso engañar. Esto no deja de ser preocupante a la par que trágico ya que, en el imaginario común, una de las funciones principales de un economista es la de entrar en la arena política, ya sea candidatizándose, asesorando a partidos políticos o, lo que representa el máxime para un economista ecuatoriano, ser ministro de finanzas.
En un escrito pasado ya tuve la oportunidad de criticar el trabajo que en la práctica están obligados a hacer los distintos ministros de finanzas que ocupan este importante cargo. Esto es, lejos de analizar, proponer e impulsar con los lentes de economista puestos, se suelen dedicar, precisamente a confundir, enredar o incluso engañar. Es así como un cargo que por naturaleza debiera ser “técnico”, se convierte en puramente político al servicio del discurso reinante.
En mayor o menor medida, esta captura de los cargos técnicos por parte del discurso político la podemos ver en otras instituciones. Hace pocos días el director del Servicio de Rentas Internas (SRI) concedió una entrevista en medios de comunicación haciendo unas afirmaciones, como poco, polémicas. “Tenemos muy buenas noticias: la economía de Ecuador se recupera”. Además, en repetidas ocasiones a lo largo de la entrevista remarcaba que las ventas totales en el segundo semestre están creciendo, lo que refleja la recuperación económica en la que, al parecer, se encuentra el país.
Ahora bien, ¿Qué tanto es esto cierto? La realidad es que detrás de este dato existe un fuerte contraste entre la economía interna y las exportaciones. No solo ahora, sino que desde hace años el sector exportador ecuatoriano lo hace relativamente (muy relativamente) bien, respecto al desempeño de la economía interna. Es más, si tomamos tanto una imagen amplia como un análisis de corto plazo, en ambos casos concluimos lo mismo: la economía ecuatoriana se encuentra en mal momento. Las perspectivas de crecimiento del PIB para el 2024 están en -1%, la inversión lleva varios trimestres seguidos en caída, las importaciones de insumos están deprimidas respecto al año anterior, desde el año 2014 estamos en caída del empleo, los ingresos, el PIB per cápita… ¿Dónde está la recuperación? ¿Cómo hacemos compatible el mantener un discurso favorable en una realidad desfavorable?
Es aquí cuando volvemos al inicio de este escrito. El trabajo del economista político (o el que ocupa un cargo politizado) recae principalmente en confundir, enredar o incluso engañar en pro de mantenerse en línea con el discurso político oficial que le venga impuesto desde arriba. En época electoral esta práctica se agrava, aunque no es exclusiva de estos periodos.
Es por esto por lo que es de suma importancia mirar siempre con escepticismo cualquier declaración que se desprenda de un funcionario público. Las acciones y decisiones, así como las formas de comunicarlas de los políticos y funcionarios públicos (es decir, desde los que toman las decisiones desde el Estado) tienen un impacto directo en el ecosistema en el que se desenvuelve el sector privado. Saber cómo interpretar y adelantar las decisiones políticas, así como esclarecer la realidad bajo los discursos y promesas vertidas es crucial para el éxito de los negocios en el sector privado.
No dejemos nunca de lado la labor fiscalizadora que, como ciudadanía, debemos mantener sobre cualquier acción, decisión o comunicación desde el ámbito público, más aún sabiendo que éstos están programados, por naturaleza, para intentar confundirnos, enredarnos, o incluso engañarnos.
