Guayaquil, Ecuador
Durante el siglo II, en el Imperio Romano se había instaurado un avanzado régimen de división social del trabajo que se apoyaba en un activo comercio de alimentos y materias primas procedentes de provincias lejanas. No solo la industria, sino también su agricultura, tendían a una creciente especialización, y su economía operaba de manera interdependiente.
Lo que provocó posteriormente la caída del Imperio no fueron las invasiones bárbaras; su origen fue el resquebrajamiento de esta interconexión económica. Con los años, el comercio fue objeto de intervención estatal: se impusieron precios máximos y mínimos a ciertos productos considerados esenciales por las autoridades, quienes también intervenían contra supuestos abusos de los especuladores. Esto dio paso a la nacionalización de ciertos comercios, como el de granos, lo que, por supuesto, empeoró las cosas.
La interferencia de las autoridades, sumada al aumento de las regulaciones y tributos, impedía que se equilibrara la oferta con una siempre creciente demanda de productos. El desastre final se dio durante los siglos III y IV, cuando se rebajó el valor de la moneda, provocando inflación, y la fijación de precios paralizó la producción y el comercio.
Ante esto, los emperadores se alarmaron, pero las medidas que adoptaron resultaron ineficaces, ya que apelaron a más control y coacción sobre la economía. Ningún romano fue capaz de comprender que la decadencia del Imperio era consecuencia de la injerencia estatal en los precios, la pérdida del valor de su moneda, los altos impuestos y la constante intervención estatal con leyes y regulaciones cada vez más absurdas.
Cualquier sistema social se halla inexorablemente condenado a perecer cuando los actos humanos indispensables para que funcione normalmente son menospreciados por los códigos y perseguidos por jueces y magistrados. El Imperio Romano sucumbió porque sus ciudadanos ignoraron el espíritu liberal y repudiaron la iniciativa privada. El intervencionismo económico descompuso la poderosa organización social de dicha civilización, como también lo hacen muchos gobiernos hoy en el mundo.
En vez de insistir en la regulación, los impuestos, el control gubernamental y la intervención constante sobre la economía, debemos pasar a la libertad, la iniciativa privada y el libre comercio. Recuerden que aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo.