Nosferatu de Robert Eggers: un banquete de lo sublime

Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

En 1922, Friedrich Wilhelm Murnau dejó una huella imborrable en la historia del cine con Nosferatu, eine Symphonie des Grauens, una obra maestra del expresionismo alemán que estableció nuevos estándares en el género del terror. La versión de Werner Herzog en 1979, Nosferatu: Phantom der Nacht ofreció una reinterpretación del clásico cosechando excelentes críticas. Ahora en 2024, Robert Eggers ofrece una propuesta que enriquece aún más este legado cinematográfico. Mediante un diálogo con la pintura romántica y una exploración de temas ocultistas, el director propone una lectura contemporánea del mito del vampiro, estableciendo conexiones entre lo surrealista y lo ancestral.  

La influencia del pintor Caspar David Friedrich, uno de los grandes representantes del romanticismo alemán del siglo XIX, en la estética visual de Eggers es innegable. La relación entre la protagonista y el antagonista en Nosferatu del estadounidense, al igual que la relación entre el hombre y la naturaleza en las pinturas de Friedrich, está marcada por una tensión entre atracción y repulsión. Los paisajes desolados y escarpados sirven como un reflejo del interior torturado de los personajes, mientras que la figura del vampiro, como una fuerza de la naturaleza, inspira tanto temor como fascinación.

Esta dualidad entre lo bello y lo grotesco es una característica tanto de lo sublime en la pintura como del cine de terror; condición que el realizador  explota al máximo para crear una experiencia visual y emocionalmente intensa.

Por otro lado, la inmersión de Eggers en el mundo sobrenatural se profundiza a través de una rica simbología oculta que permea toda la película. Los rituales gitanos, la estrella de seis puntas, asociada tanto a la protección como al ocultismo, y las creencias místicas sobre los gatos, cargadas de connotaciones ambivalentes, crean una atmósfera de misterio que escapa a interpretaciones sencillas.

Todo este conjunto de símbolos, a menudo cargados de múltiples significados, sugiere una conexión profunda entre el mundo natural y las fuerzas sobrenaturales, invitando a las audiencias a descifrar enigmas que escapan a la comprensión humana.

Además, el neoyorquino, al igual que Murnau, teje en la trama un tapiz repleto de elementos surrealistas desde el inicio del filme. La imágenes oníricas se presentan como un relato del subconsciente que desdibuja la línea entre lo real y lo onírico. Así, paisajes grises, sombras alargadas y criaturas extrañas se entremezclan para desafiar la lógica de lo racional. De ahí que la realidad se vea constantemente alterada para construir una narración fantástica inmersa en una atmósfera de desasosiego y extrañeza que se acerca más al terreno de la leyenda.

En este sentido, el juego constante entre luz y sombra y las representaciones grotescas del vampiro añaden capas de significado que invitan a diversas interpretaciones.

Finalmente, es preciso destacar la habilidad del  director para reinterpretar mitos de forma original. En su obraeste realizador alude a entidades como los íncubos, criaturas del folclor europeo asociadas a antiguas creencias sobre demonios que mantenían relaciones sexuales con mujeres dormidas. Según la leyenda, estos seres, considerados ladrones de energía vital, se posaban en el pecho de las durmientes para extraer su fuerza. El filme de 2024, presenta a este ser de apariencia monstruosa pero irresistiblemente atractivo para las féminas.

Con Nosferatu, Robert Eggers ha vuelto a crear una obra de culto del cine de horror que se suma al legado de Murnau y Herzog. Al reinterpretar el mito del vampiro de forma audaz, Eggers ha demostrado ser uno de los cineastas más talentosos de esta generación. Para los espectadores, su película se convierte en una experiencia visual intensa que invita a explorar los rincones más oscuros de la psique y a cuestionar las propias convicciones sobre lo monstruoso.

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