
Guayaquil, Ecuador
En pleno siglo 21, hay políticos ecuatorianos que siguen empeñados en inventar el agua tibia. Por ignorancia o por conveniencia, optan por ignorar que la libertad es la piedra angular de toda sociedad próspera. En ese sentido, el desarrollo de un país no debería ser medido solamente por sus indicadores macroeconómicos. No basta con mirar únicamente el Producto Interno Bruto (PIB) o la inflación.
En realidad, la prosperidad se refleja también en la ausencia de coerción que tienen los ciudadanos para ejercer sus libertades personales como la capacidad de expresar opiniones, asociarse con otros o practicar una religión, entre otras. Pero no menos importantes son las libertades económicas. La libertad para comerciar, para emprender, para elegir con quién hacer negocios sin barreras arbitrarias. Una sociedad realmente desarrollada es aquella en la que las personas tienen el control de sus decisiones. No se trata solamente de crecimiento económico, sino de que cada individuo pueda tomar decisiones que lo lleven a elegir su propia felicidad.
Muchos insisten en ver la libertad económica como una cuestión filosófica o moral, pero la verdad es que tiene un impacto directo y profundo en la prosperidad. Para generar dinamismo en la economía, hay que abrazar la libertad para intercambiar bienes y servicios, para entrar a nuevos mercados, para competir y crear. A mayor libertad, mayor riqueza. No es casualidad que los países más prósperos son aquellos que tienen economías más libres. Es decir, en un entorno libre, las personas pueden aprovechar sus habilidades, innovar y competir para generar riqueza. Por otro lado, la falta de libertad es un freno al desarrollo.
En Ecuador, tenemos todo lo necesario para ser un país próspero. Somos ricos en recursos naturales y tenemos una ubicación estratégica en América Latina. Sin embargo, no hemos logrado desbloquear ese potencial. El índice de libertad económica de Ecuador es uno de los más bajos de la región y es también uno de los más rezagados del mundo. Entonces, ¿por qué no somos libres?
La respuesta es sencilla, aunque bastante incómoda. Los conflictos de interés bloquean la libertad. En Ecuador, existen grupos de poder muy organizados (corporaciones mercantilistas, sindicatos y partidos políticos) que han hecho de la restricción y la regulación excesiva su propio campo de juego. Este sistema les permite mantener su poder, sus privilegios y sus beneficios a costa de las legítimas aspiraciones de los ecuatorianos.
Las corporaciones mercantilistas, en lugar de fomentar la competencia y la innovación, buscan proteger su rentabilidad mediante una economía cerrada, donde el tráfico de influencias y las barreras regulatorias son la norma. Los sindicatos, especialmente los del sector público, se comportan como mafias que extorsionan al gobierno en busca de prebendas y privilegios, mientras los servicios públicos siguen siendo ineficientes. Los partidos políticos, lejos de representar los intereses de la ciudadanía, gestionan este sistema para perpetuar su propio poder. Es decir, este contexto al que podríamos llamar «La Triada de la Decadencia», se ha convertido en el mayor obstáculo para el progreso del Ecuador.
El primer paso para cambiar esta realidad es entender que, al igual que en otros lugares del mundo, el progreso solamente será posible si eliminamos las barreras que impiden la libertad. Eso incluye desmantelar las estructuras que mantienen vivos los conflictos de interés. Lo que está bloqueando a Ecuador no es la falta de recursos o de potencial emprendedor, sino un sistema que se alimenta de la ineficiencia y la falta de competencia.
Uno de los ejemplos más ilustrativos de cómo las barreras regulatorias pueden ahogar el progreso es el reciente caso de Starlink en Argentina. Bajo el gobierno de Javier Milei, ese país eliminó una regulación que impedía la oferta de internet satelital. ¿Qué ocurrió? La eliminación de esa barrera burocrática permitió que las empresas pudieran ofrecer internet en lugares remotos de Argentina sin que el gobierno tuviera que gastar un solo centavo. Un simple cambio en la regulación generó un impacto masivo. Este es el tipo de reformas que Ecuador necesita urgentemente.
El problema es que las regulaciones excesivas son un freno continuo al desarrollo del Ecuador. No solamente por las decisiones erradas de los burócratas, sino por una mentalidad institucional que prefiere el control antes que la libertad. Esta mentalidad de miedo, coerción y excesiva desconfianza ralentiza la innovación y la competencia, como si todo riesgo fuera un peligro inminente.
En ese contexto, la mentalidad de figuras como Elon Musk puede enseñarnos una lección importante. Musk, al desarrollar SpaceX, no esperaba que sus cohetes fueran perfectos antes de lanzarlos. En lugar de una estrategia precavida y miedosa que minimice el riesgo, Musk apostó por la agilidad: lanzaba más cohetes, aprendía de los errores y corregía rápidamente. Es un enfoque de «prueba y error», que se aleja de la parálisis por el miedo al fracaso, y que contrasta notablemente con la actitud burocrática y recelosa que predomina en los despachos del sector público ecuatoriano.
En Ecuador, La Triada de la Decadencia (las corporaciones mercantilistas, los sindicatos y los partidos políticos) ha construido un sistema que protege sus privilegios a costa del resto de la sociedad. Para desmantelar esta estructura, necesitamos fomentar la competencia económica, reducir las barreras regulatorias y promover una economía abierta. Esto no solamente debilitaría el poder de las corporaciones mercantilistas, sino que también haría del país un terreno de oportunidades para todos, especialmente para los emprendedores.
Los sindicatos, particularmente los del sector público, deben ser modernizados, pues han sido un obstáculo para la inclusión laboral de miles de ecuatorianos. Es decir, si no se abre el mercado laboral, facilitando que los jóvenes con menos experiencia puedan ingresar y desarrollarse profesionalmente, estamos condenados a mantener una economía estancada y que no crea nuevas oportunidades.
Australia es un claro ejemplo de cómo las reformas estructurales, aunque difíciles, pueden ser exitosas cuando cuentan con la confianza de los ciudadanos. En los años 80, ese país implementó reformas que, a pesar de las dificultades iniciales, fueron respaldadas por una sociedad que confiaba en la honestidad de sus líderes. Precisamente, este tipo de confianza es lo que nos falta en Ecuador. Aquí, los políticos se disfrazan de «honestos», pero la realidad es que muchos se benefician enormemente del statu quo. Los ecuatorianos estamos ávidos de un cambio cultural que transforme esa mentalidad y nos permita romper con este sistema de conflictos de interés.
De nuevo, tenemos todo para ser un país próspero. Solo necesitamos liberar el potencial de los ecuatorianos. Para lograrlo, es fundamental desmantelar a los grupos de poder que han bloqueado el desarrollo del Ecuador por décadas. El camino hacia una sociedad más libre y próspera pasa por la eliminación de las regulaciones innecesarias, la promoción de la competencia y la creación de un entorno en el que la innovación, el riesgo y el emprendimiento sean valores fundamentales.
Hay que entenderlo de una vez por todas. Para avanzar en esta dirección tenemos que abandonar la Constitución de Montecristi. Mientras más pronto lo comprendamos, mejor. El cambio no es imposible. Como país, debemos desmantelar el sistema que nos mantiene atrapados en la mediocridad y abrir paso a una economía libre y dinámica, donde cada ecuatoriano pueda alcanzar su potencial. Está en nuestras manos exigir ese cambio. ¿Estamos listos para hacerlo?
