¿Rafael Noboa o Daniel Correa?

Rene Betancourt

Quito, Ecuador

La historia política de Ecuador parece un mal remake de película, con la misma trama, pero nuevos actores. Polarización, control y manipulación del poder: tres grandes hits que no pasan de moda. Y es que actualmente, experimentamos una creciente polarización, alimentada en gran parte por la influencia de dos figuras políticas cuyas similitudes son sorprendentes.

Y más allá de anécdotas como el desliz de la niña de Azogues o el comentario sarcástico de Felipe Tilleria, quien durante el debate presidencial bautizó a Daniel Noboa con «Rafael Noboa», e incluso las alusiones al «Noborreísmo«, resulta innegable el paralelismo entre Rafael Correa y Daniel Noboa, cuyo impacto en la dinámica política del país ha sido significativo, intensificando las divisiones y marcando en gran medida la agenda nacional.

Este paralelismo no se limita a aspectos triviales, como su pasión por el equipo de fútbol Emelec y el amor por los deportes, sino que abarca elementos más profundos: su llegada al poder siendo jóvenes, su notable capacidad de persuasión, el uso y abuso de los medios públicos, su supuesta metida de mano a la justicia con operadores como Gustavo Jalkh y Mario Godoy, y la constante búsqueda por perpetuar su legado a través de las siglas que dan nombre a sus respectivos movimientos: ADN (Daniel Noboa Azín) y RC (Rafael Correa).

Noboísmo y correísmo: contexto histórico

Aunque Correa se identifica con el Socialismo del Siglo XXI y Noboa se define como un político de centroizquierda, ambos han adoptado enfoques similares que perpetúan un modelo de gobernanza populista, polarizador y autoritario.

Es así como, el correísmo supo en su momento reciclar figuras provenientes de diversas corrientes políticas, dando lugar a un movimiento ecléctico con un enfoque claramente de izquierda. Por otro lado, Daniel Noboa, autodenominado de centroizquierda, ha logrado consolidar una estructura de apoyo populista en su búsqueda por afianzar su poder, uniendo viejos aliados del PRIAN (el partido de su padre, Álvaro Noboa, nacido del bucaramismo) con respaldos de la oligarquía.

En este contexto, Leonardo Cortázar, operario político de varios gobiernos, fundó el colectivo Acción Democrática Nacional (ADN). Durante las elecciones presidenciales de 2021, ADN respaldó a la coalición Unión por la Esperanza (UNES) y a su candidato Andrés Arauz, del correísmo. Paralelamente, en las elecciones legislativas de 2021, Daniel Noboa, empresario e hijo de Álvaro Noboa, fue electo asambleísta por el movimiento Ecuatoriano Unido, vinculado a Edwin Moreno, hermano del expresidente Lenín Moreno, quien llegó al poder bajo el correísmo para luego traicionar a sus aliados.

Tras estos comicios, Noboa asumió el control de ADN, renovó su imagen y comenzó una gira por el país en octubre de 2022, con la vista puesta en lanzar su candidatura presidencial para las elecciones de 2025…. El resto es historia.

De outsiders a parte del sistema

El fenómeno político del «correísmo» surgió en un contexto de descomposición institucional y desconfianza hacia la clase política ecuatoriana. En 2006, Rafael Correa se presentó como un líder outsider, prometiendo un cambio radical y aprovechando el descontento popular con la corrupción y la ineficacia gubernamental. Su lema «¡Fuera todos!» caló hondo, canalizando la frustración de una ciudadanía harta de un sistema político desconectado de sus necesidades.

A través de innovadoras formas de comunicación, como los «enlaces ciudadanos», construyó una imagen de cercanía con el pueblo, sin romper realmente con el sistema de poder que cuestionaba.

Daniel Noboa ha seguido una estrategia sorprendentemente similar, capitalizando la desconfianza popular hacia las instituciones políticas y presentándose como un outsider que busca el «cambio», especialmente a través de redes sociales donde conecta con las generaciones más jóvenes.

Sin embargo, este uso de las plataformas digitales refleja la misma táctica populista de Correa: canalizar la frustración popular sin ofrecer un cambio genuino. Al igual que su predecesor, Noboa se presenta como la figura del cambio, pero su alineación con las estructuras de poder se hace cada vez más evidente, especialmente con la posibilidad de reelección en el horizonte, marcando el fin de su fase como outsider.

Tanto Correa como Noboa comparten una estrategia de utilizar la desconfianza popular y las nuevas formas de comunicación para presentarse como agentes de cambio. Ambos han recorrido el camino de líderes “anti-establishment” para terminar profundamente integrados en el sistema que inicialmente dijeron desafiar.

Instrumentalización de las crisis y el enemigo común

Tanto Correa como Noboa han aprovechado astutamente las crisis de representatividad que han marcado la historia reciente de Ecuador. Las crisis institucional, gremial y académica se han convertido en terreno fértil para construir relatos políticos en los que identifican a los «enemigos públicos»: la «partidocracia» y los «medios de comunicación» en el caso de Correa, y el «correísmo» y otros actores políticos en el caso de Noboa.

A través de esta polarización, ambos líderes han consolidado bases electorales leales, manipulando el descontento popular para crear un ambiente favorable para implementar sus agendas. No obstante, esta estrategia ha tenido un costo significativo: la profundización de la división social. En lugar de buscar consensos amplios, han optado por la confrontación constante, una táctica eficaz a corto plazo pero que deja una sociedad fragmentada y polarizada.

Ambos líderes han construido sus relatos políticos en torno a esta estrategia de polarización. Correa, durante la Revolución Ciudadana, centró su narrativa en la confrontación con los medios, la oposición y la «élite corrupta», consolidando su imagen de «líder del pueblo» frente a las fuerzas que, según él, mantenían el sistema injusto.

De forma similar, Noboa ha establecido una dicotomía entre el «Nuevo Ecuador» y el «Viejo Ecuador», posicionándose como el líder de una renovación, mientras los correístas son vistos como el vestigio de un viejo orden corrupto, asociado a la delincuencia organizada. En ambos casos, la creación de un «enemigo común» ha sido fundamental para galvanizar a sus seguidores y movilizarlos en apoyo a sus propuestas.

Líder mesiánico

Ambos han adoptado una postura mesiánica, presentándose como los únicos capaces de salvar a Ecuador de la corrupción, la crisis y la «partidocracia». Correa, durante su gobierno, concentró la toma de decisiones en la presidencia, reduciendo las competencias de otros poderes del Estado. Noboa, por su parte, ha seguido esta línea, con una actitud que refleja una centralización del poder presidencial bajo el pretexto de eficiencia y renovación.

El modelo de gobierno que proponen ambos se caracteriza por la figura del «líder fuerte», que se erige como el eje en torno al cual gira la política nacional: El “Mashi” Correa; Noboa, el “man que resuelve”.

La masa incondicional: «borregos» políticos

Correa y Noboa comparten la estrategia de crear una masa política incondicional, dispuesta a seguir sus consignas sin cuestionar sus decisiones. Durante el gobierno de Correa, el término «borregos correístas» se popularizó para referirse a quienes apoyaban al mandatario de manera ciega.

En la actualidad, la lealtad a Noboa parece seguir una dinámica similar. A pesar de su imagen como líder pragmático, sus seguidores frecuentemente lo respaldan sin reflexión crítica, lo que favorece la consolidación de un poder sin oposición interna. Este fenómeno refleja una manipulación política que busca generar apoyo uniforme, sin cuestionamientos hacia los métodos o decisiones del líder.

Este mismo fenómeno se replica bajo la figura de Noboa, aunque ahora con “borregos morados». Muchos seguidores de ADN, parecen haber adoptado la misma actitud acrítica y obediente que caracterizó a sus predecesores: “déjenlo trabajar”, “Por lo menos algo está haciendo”, “démosle la oportunidad”.

La perpetuación de la lealtad incondicional, en ambos casos, revela la persistencia de la manipulación de la base popular, presentándoles una «revolución» o «renovación», pero que en última instancia se alimenta de los mismos mecanismos de control social y cohesión forzada. El problema radica en que los borregos de turno se hacen de la vista gorda frente al atropello del Estado de Derecho y la falta de solución a los problemas principales del país.

Control de los medios

Correa y Noboa comparten una relación conflictiva con los medios de comunicación, evidenciada en sus esfuerzos por controlar o silenciar a los periodistas críticos. Correa se destacó por sus ataques verbales a los medios y periodistas, y por intervenir directamente en los medios de comunicación, creando canales públicos y aprobando una Ley de Comunicación que limitaba la libertad de expresión. Esta ley, junto con sus frecuentes confrontaciones con la prensa, fueron herramientas para consolidar su poder y desacreditar a quienes se oponían a su gobierno.

Un ejemplo claro de esto fue el incidente con la periodista de El Universo, Sandra Ochoa, a quien llamó «gordita horrorosa», y la demanda a los directivos del mismo diario, Emilio Palacio incluido, tras la publicación de un artículo que criticaba su gestión. Este hecho fue emblemático, pues Correa no solo atacó a los periodistas individualmente, sino que también utilizó el poder del Estado para intimidar a la prensa y generar un clima de autocensura.

Por su parte, Noboa ha adoptado tácticas similares, aunque con un enfoque algo más solapado. Un ejemplo de esto fue la expulsión de la periodista Alondra Santiago de su programa en vivo, un gesto que también reflejó su intento de silenciar a quienes lo critican. Otro ejemplo fue cuando el Ministro Félix Wong llamó a una emisora para reclamar a gritos a entrevistadores e invitado.

A pesar de las diferencias en el estilo de confrontación, ambos líderes han recurrido a medidas drásticas para manejar a los medios, evidenciando un enfoque autoritario hacia la libertad de prensa. La diferencia entre ellos radica más en la forma que en el fondo, ya que ambos comparten la misma estrategia de utilizar el control mediático como una herramienta para consolidar su poder. Esto refuerza la idea de que las reglas del juego político en Ecuador han permanecido constantes, cambiando solo los actores en el escenario.

Retórica de cambio

Tanto Correa como Noboa han utilizado un discurso populista que apela a las emociones y preocupaciones de la ciudadanía. Correa, con su Revolución Ciudadana, se presentó como defensor de las clases populares frente a una élite política y económica que había dominado Ecuador durante décadas, prometiendo un cambio radical y un gobierno cercano al pueblo.

Noboa, por su parte, adopta una retórica de cambio similar, presentando su propuesta como un «Nuevo Ecuador» libre de la corrupción del pasado y orientado hacia la modernización.

Ambos se posicionan como outsiders que luchan por la justicia social, pero sus enfoques y métodos de gobernanza no difieren sustancialmente de los que criticaban. Los lemas de Correa, «La patria ya es de todos», y de Noboa, «Nuevo Ecuador», proponen transformaciones que beneficien a las mayorías, aunque en ambos casos la retórica se queda corta frente a una verdadera transformación estructural.

Un patrón común es la centralización del poder en la figura del líder. Mientras Correa lo logró a través de confrontaciones y un discurso de izquierda radical, Noboa adopta un enfoque más pragmático y moderado. Sin embargo, la diferencia radica más en el estilo que en el fondo: ambos buscan consolidar el poder presidencial como eje central de sus proyectos, lo que convierte el «Nuevo Ecuador» de Noboa en una repetición del viejo discurso correísta, donde el cambio se limita a una reconfiguración del poder en torno al líder, sin alterar la estructura fundamental del sistema político.

Conclusión

La política ecuatoriana está atrapada en una espiral de polarización, alimentada por figuras como Rafael Correa y Daniel Noboa, quienes comparten un enfoque populista, polarizador y autoritario. Ambos se han posicionado como salvadores del pueblo, pero sus métodos y discursos han profundizado las divisiones sociales. La centralización del poder, el uso de los medios como herramientas políticas y la creación de una masa incondicional de seguidores son estrategias comunes en sus enfoques de gobernanza. Aunque prometen el cambio y una nueva era para Ecuador, sus políticas siguen patrones que cuestionan la genuinidad de esos cambios.

Si después de reflexionar sobre esto, aún no captas el paralelismo, tal vez debas hacer una introspección (si es que tienes tiempo entre las interminables horas de indiferencia). Y si después de esa reflexión sigues sin notar las similitudes, te sugiero que consultes a un especialista, porque podrías estar perdiendo la capacidad de reconocer los patrones más evidentes en la política. De cara a las elecciones presidenciales de 2025, el desafío de Ecuador será decidir si continuará atrapado en estos ciclos de polarización o si podrá romper con los modelos populistas que perpetúan las mismas dinámicas que prometen cambiar.

La empresaria Isabel Noboa Pontón, junto al presidente Rafael Correa, en el cambio de guardia en el Palacio de Carondelet, el 6 de junio de 2016.
Quito (Pichincha), 05 de enero del 2025.- El presidente de la República, Daniel Noboa, en el Palacio de Carondelet. Foto: Isaac Castillo / Presidencia del Ecuador.

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