Aún estoy aquí (2024)

Andrés Cárdenas Matute

Quito, Ecuador

Imaginemos una familia ideal: un matrimonio sin ningún ahogo económico, con el amor a flor de piel, cinco hijos, viven a la orilla de la playa, con una casa llena de risas, amigos y fiestas, enriquecida por mucha cultura, libros, música, una cámara de video casera registrando tanta felicidad, un perrito adoptado que le pusieron el nombre del novio de la hija mayor… Esa es la familia de Rubens Paiva, un exdiputado del Partido Laborista en Brasil, que se había autoexiliado, pero que regresó poco después con la decisión de no dedicarse a la política. Y Walter Salles, director de “Aún estoy aquí” (2024), la película que ganó el Oscar a mejor película internacional, sabe que mientras más feliz sea la representación de ese hogar en la pantalla, más duro será el golpe que reciba el espectador cuando Paiva sea desaparecido en 1971 por la dictadura militar. Pero más allá de este recurso emocional, el mayor problema es pensar que esta historia es importante desde el punto de vista político. Lo digo porque he visto a gente manifestarse en ese sentido. ¿Qué pasará cuando se enteren que se puede hacer exactamente la misma película, pero cambiando las etiquetas? “Las dictaduras son malas, ¿no lo sabías?”. Así el escritor Alberto Olmos titula su reseña del filme. Entonces, conscientes de esa obviedad, es cuando descubrimos que lo importante de “Aún estoy aquí” no puede ser su no-texto político, sino quizás lo que nos transmite sobre la incertidumbre; sobre lo que es no tener información, no tener seguridad jurídica, no tener ninguna otra opción más que seguir en silencio. Por eso, es lógico que todas las miradas se hayan fijado sobre todo en Fernanda Torres, la actriz que interpreta a Eunice Paiva, esposa de Rubens: porque es ella quien carga sobre su cuerpo y sobre su corazón el peso de la incertidumbre.

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