El arte de convertir cicatrices en versos

René Betancourt

Quito, Ecuador

Joaquín Sabina, uno de los cantautores más emblemáticos de la música en español, se despide de los escenarios con su última gira, «Hola y Adiós«. Un adiós que marca el cierre de una carrera en la que ha sabido capturar la esencia de la vida con pluma afilada y melancólica.Canciones que no sólo son relatos vívidos que trascienden lo efímero, sino también verdaderas piezas literarias, auténticos retratos de la vida urbana, del amor y la soledad. Sus versos nos han llevado por bares solitarios y plazas bulliciosas, convirtiéndolo en un cronista de lo cotidiano, de las derrotas con dignidad y los amores que dejan cicatrices, ya que todos, en algún momento, hemos transitado por el bulevar de los sueños rotos.

Cuántos pueden llegar al ocaso de su vida, de una relación o de una carrera, con la valentía de decir sin ambages:

“No tengo nada que olvidar de mi pasado,

por eso espero que el olvido no se olvide de quién fui.

 He dado más de lo que algunos me han robado,

sin olvidar a la que se olvidó de mí.”

Sabina es más que un trovador; es un testigo de su tiempo, un poeta que ha hecho de la nostalgia y la ironía su bandera. Nos muestra la poesía como el «desván de un metaverso«, un espejo en el que muchos se han mirado; un espacio donde emociones y recuerdos se entrelazan, creando una realidad que trasciende lo tangible. Canciones como «19 días y 500 noches» no se limitan a narrar una ruptura amorosa; son viajes emocionales que evocan melancolía, desamor y, sobre todo, la dignidad de seguir adelante.

Y si bien Sabina no es “ni ángel con alas negras; ni profeta del vicio; ni héroe en las barricadas; ni ocupa, ni esquirol; ni rey de los suburbios; ni flor del precipicio; ni cantante de orquesta; ni el Dylan español”, lo que realmente lo distingue no es sólo su destreza para componer melodías inolvidables, sino su capacidad para contar historias con la crudeza y la belleza de quien ha vivido para contarlas.

Con su mirada mordaz y honesta, Sabina ha convertido la vida en poesía, transformando cicatrices en versos y pérdidas dolorosas en estribillos inolvidables. No ha temido abordar temas incómodos ni desafiar lo políticamente correcto. Sus letras, impregnadas de referencias literarias, culturales y personales, invitan a la reflexión.  Su estilo crudo y sincero ha sido tanto su sello distintivo como fuente de controversia, convirtiéndolo en un artista irrepetible.

Y como todo lo bueno llega a su fin, hoy toca hacer de tripas corazón y cantar con él:

«Por fin ayer llegó la hora tan temida,

de hacer balance de mi vida y terminar esta canción.

Y en vez de echar sal y vinagre en las heridas,

haré otra vez de tripas corazón.»

Sin embargo, no todo en su obra es melancolía. También ha sabido infundir humor y sarcasmo en sus letras, demostrando que, a pesar de las complicaciones de la vida, siempre hay un atisbo de esperanza. Canciones como «Peces de ciudad» o «Y sin embargo» muestran su capacidad de reírse de la tragedia y burlarse del desamor, siendo poético. Esa dualidad es lo que hace que su música resuene en tantas personas: en cada verso hay un reflejo de nuestras propias luchas y alegrías. Al final del día, todos, de alguna manera, somos “superviviente sí, maldita sea”.

Y aunque su voz ya no resuene en los escenarios, su eco persistirá en los corazones de millones. Porque Sabina supo capturar la esencia de sentimientos contradictorios que todos enfrentamos, haciendo de cada canción un microcosmos que nos permite explorar nuestras propias vivencias. Sabina nos ha enseñado que la vida es un compendio de pequeñas narrativas que, entrelazadas, forman un relato universal. Nos ha recordado que hay que vivir, perder y cantar sobre ello. Y, sobre todo, que en un mundo que se ahoga en fórmulas comerciales y letras vacías, la música es un acto de rebeldía.

Sabina se adentra en las complejidades de la experiencia humana y sus canciones resuenan con la angustia, la liberación de mirar atrás y confrontar lo vivido, reflejando la incertidumbre y la búsqueda de sentido en nuestra existencia. Letras que reflejan esa lucha interna entre el perdón y el rencor, y la búsqueda de identidad en una realidad que constantemente nos desafía. Se destaca como un verdadero artista que no ha temido arriesgarse y ser fiel a sí mismo, recordándonos la batalla entre las expectativas del corazón y la cruda realidad que nos rodea. Sus canciones se constituyen en un acto de resistencia ante los golpes del destino, una invitación a reflexionar, a sentir, pero, sobre todo, a vivir.

En un mundo donde las palabras se desvanecen, su inconfundible voz rasgada perdura, recordándonos que “si el corazón no rima con la realidad, cambio de rumbo, sintiéndolo mucho.” Porque siempre habrá “más de cien palabras, más de cien motivos para no cortarse de un tajo las venas; más de cien pupilas donde vernos vivos; más de cien mentiras que valen la pena”, razones para seguir adelante, para encontrar en la música un refugio y en la poesía una verdad.  Y aunque la vida sea una lucha constante, siempre quedará una historia que contar y una canción que cantar.

¡Gracias, Joaquín, por tanto!

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