
Guayaquil, Ecuador
Como es mi costumbre desde que escribo mis opiniones para este sitio, el tener los artículos preparados constituye ya, un hábito que llega a garantizar la precisión temporal de las publicaciones, y puede en cierta medida, llegar a crear la constancia que tanto espero brindarles.
Uno de esos artículos, ya escritos, se titulaba “el pasillo como conciliador de los ecuatorianos”. En sus líneas, brevemente reseñaba como –a forma de símil- podría el pasillo hacer las veces que el vals criollo en la novela “Le dedico mi silencio”, un estilo de conciliador, algo oportuno, ya que luego de las recientes elecciones, necesitamos urgentemente métodos para subsanar la polarización y división que esto nos ha traído.
Pero esta vez no hablaré de política, aunque muy difícil se haga. Y es que menciono lo del artículo, porque éste estaba listo para celebrar la vida y obra de mi más grande ídolo y referente literario, quien se adelantó antes de que pueda publicarlo, por ello que aquí va su justo homenaje.
Mario Vargas Llosa hasta para morir fue el mejor autor de una novela, lo hizo en el mes del libro; en el día que su querido Universitario de Deportes goleó al equipo de su ciudad natal; y para quienes lo seguimos de cerca políticamente, sabemos que el fracaso electoral del socialismo, hubiera significado una gran emoción para él.
Se marcha el grande, el hombre que inspiró a generaciones enteras, y que personalmente, me hizo creer que la vocación literaria no era una pérdida de tiempo, sino, un estilo de vida. Esa vida que él tanto mencionaba, aquella en la que podemos vivir varias historias, conocer varios sitios, sentir varios amores, y todo, sentados junto a un libro de nombre particularmente especial. Y es que, si a algo nos tenía acostumbrado el nobel, es que los nombres de sus obras, eran tan magistrales y distinguidos como sus líneas.
Una de tantas veces dijo que el aprender a leer fue lo mejor que le había pasado en la vida, y es algo en lo cual coincido, pero más precisamente –entre sus dichos en conferencias- una vez mencionó que el leer le servía de refugio, y en esto me detengo un momento.
La lectura se convierte en el refugio cuando las líneas que estamos leyendo son aquellas que se infiltran tanto en nuestro ser que llegamos a sentirlas y palparlas. Esto no es sencillo de lograr, pero vaya que a Varguitas se le hacía fácil. No puedo evitar entonces mencionarlo con hechos, y es que lectores, cuantos no hemos sufrido por las “travesuras de una niña mala”, o cuantos no tuvimos una crianza dura y particular, como la de los cadetes del Leoncio Prado en “La ciudad y los perros”. O para los amigos de la libertad, cuantos no hemos sido convencidos, y hemos aceptado “La llamada de la tribu” de los liberales que forjaron las ideas de la sociedad libre. Y así pudiera seguir, podría pasar incluso mencionando que varios quisiéramos vivir la política a tal punto de sentirnos como un “Pez en el agua”. En fin, los nombres no son un accesorio, son muestra fundamental del gran bagaje creativo del mejor escritor latinoamericano del último siglo.
Es importante mencionar algo, y es que ser escritor es una vocación que desde su concepción imparte respeto y consideración; pero si a esto le agregamos el ser un defensor de la libertad, entonces estamos frente a un eminente personaje. Ese era Vargas Llosa, el hombre que tuvo valor de decir de frente que México era la dictadura perfecta, cuando nadie se atrevía a decirlo; o aquel que combatió tanto al autoritarismo que representaba Fujimori en su natal Perú; incluso apoyó a la causa de la libertad en Ecuador, cuando se oponía y brindaba cátedras de conceptos y opiniones de la sociedad libre, y advertía que esta estaba en serio riesgo en caso de mantenerse aquellos que el reciente domingo vieron la derrota. Y ni hablar de su análisis recurrente de la política internacional; mismo que nos brindaba a sus seguidores una opinión sin sesgos, profundamente meditada y al momento de exponerla, sustentada en sobremanera.
Un autor al que libros en su nombre, y todo tipo de honor seria minúsculo para lo que él representa, no es menos, sino que es exorbitante, es magistral, es distinguido, simplemente es Vargas Llosa.
El escritor, el político, el periodista, el narrador y el amigo que sin conocerlo creó un vínculo con sus más fieles lectores, ese es quien como lo dijo la Academia Francesa, se convierte en un inmortal. Y es que si hablamos de que sólo muere quien es olvidado, entonces estoy seguro que Mario jamás morirá.
Hasta siempre, maestro.
