Vidas pequeñas, cadenas grandes: esclavitud infantil, hoy

René Betancourt

Quito, Ecuador

Mientras desayunas con tus hijos antes de ir al colegio, en Ecuador hay miles de niños que, en lugar de mochilas, cargan sacos de basura, machetes o cajas de chicles. No van a clases. No juegan. No descansan. Trabajan, sí… pero más que eso: sobreviven como esclavos. Porque eso —aunque duela nombrarlo— es lo que son. Víctimas de una esclavitud moderna que persiste ante nuestra mirada indiferente.

La esclavitud infantil no es una exageración retórica, sino una realidad tan brutal como silenciada. En América Latina, 12,5 millones de niños, niñas y adolescentes están en condición de trabajo infantil, y el 77% de ellos realizan labores peligrosas. En Ecuador y en todo el mundo, millones de menores son explotados sistemáticamente: encadenados a trabajos forzados, sometidos a servidumbre doméstica, vendidos por sus propias familias para saldar deudas o atrapados por redes de trata.

Esta esclavitud adopta múltiples formas —trabajo forzoso, esclavitud doméstica, matrimonio forzado, reclutamiento infantil, explotación sexual— y obliga a niños vulnerables a vivir en condiciones extremas, ilegales y degradantes, negándoles una infancia digna. Aunque esta realidad es visible, permanece invisibilizada por la indiferencia colectiva. Nos hemos acostumbrado a verla sin reaccionar y, al hacerlo, nos hemos vuelto cómplices del silencio que perpetúa su sufrimiento. Erradicarla exige algo más que conciencia: requiere acción urgente, sostenida y profunda.

Algunos argumentarán que exagero, que estos son sólo “niños trabajadores”, que “ayudan en casa” o que “es mejor eso que robar”. Pero esa narrativa sólo sirve para ocultar una realidad mucho más oscura. No se trata de ayuda, sino de abandono. No es sacrificio, sino explotación. Un niño de ocho años que corta caña bajo el sol, limpia parabrisas entre los autos o carga bultos en un mercado no está aprendiendo responsabilidad: está perdiendo su infancia, una infancia que debería estar llena de juegos, sueños y educación, no de trabajos que lo someten.

En Ecuador, la lucha contra la esclavitud infantil exige más que compromisos formales: requiere la implementación efectiva de instrumentos internacionales como el Convenio Nº 182 de la OIT, la Convención sobre los Derechos del Niño, el Protocolo de Palermo y el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional.

Aunque el país ha ratificado estos tratados y cuenta con un marco legal robusto, la explotación de menores sigue presente, especialmente en zonas rurales y sectores informales, alimentada por la pobreza estructural, la falta de acceso a educación de calidad y una débil red de protección social. La trata de niños y el trabajo forzoso — incluso considerados crímenes de lesa humanidad cuando se cometen de forma sistemática o generalizada— continúan afectando gravemente a los más vulnerables.

A pesar de los avances legislativos, la limitada implementación dificulta el cumplimiento de compromisos como la Meta 8.7 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que exige erradicar el trabajo infantil y la esclavitud moderna para 2025.

Es claro que la erradicación de la esclavitud infantil no se logrará sólo desde el ámbito jurídico. Es indispensable una transformación profunda de las políticas sociales, económicas y educativas, que permita a cada niño vivir una niñez plena y libre de explotación. No basta con protegerlos en el papel: se necesita voluntad política real para cerrar las grietas que la pobreza, la informalidad económica y la desigualdad estructural siguen abriendo. Mientras estas condiciones persistan, la niñez seguirá siendo víctima silenciosa de un sistema que mira hacia otro lado.

Cada 16 de Abril, el mundo recuerda a Iqbal Masih, un niño de Pakistán que fue vendido como esclavo a los cuatro años. Encadenado a un telar, trabajó más de doce horas diarias hasta que logró escapar. A los diez años, ya denunciaba la esclavitud infantil en foros internacionales. Fue asesinado a los doce, pero su voz resuena aún como un llamado urgente a la conciencia global.

En Ecuador, hay miles de Iqbales: niños sin rostro mediático, sin premios ni micrófonos, pero con la misma valentía para resistir una vida que no eligieron. Son víctimas de una esclavitud invisible, sin el reconocimiento que merecen, pero cuya existencia no podemos ignorar.

La esclavitud infantil no es sólo una tragedia individual, sino una vergüenza colectiva que pone en evidencia las profundas fallas de nuestras sociedades. No podemos aspirar a la justicia mientras uno sólo de nuestros niños esté encadenado —física, económica o emocionalmente— a un sistema que lo explota y lo olvida.

Cada menor sometido al trabajo forzado, a la servidumbre doméstica o a la esclavitud sexual nos recuerda que aún persisten formas atávicas de opresión que exigen una respuesta urgente. En este día de conmemoración, alzo la voz por quienes no pueden hacerlo y te invito a compartir esta nota de opinión como una forma de sensibilizar, reflexionar y sumar voluntades, recordando a tus conocidos que: la infancia no se negocia. No se alquila. No se encadena. Se protege, se cuida, se honra.

Y por eso, hoy más que nunca, urge mirar de frente esta realidad y asumir nuestra responsabilidad. Porque cada niño esclavizado no sólo pierde su futuro: también nos recuerda que, como sociedad, ya hemos perdido el presente.

AME2306. GUAYAQUIL (ECUADOR), 22/02/2025.- Una mujer sostiene un cartel durante una protesta este sábado, en Guayaquil (Ecuador). Integrantes de unas 40 organizaciones de Ecuador, en su mayoría religiosas, marcharon por varias calles del centro de la ciudad de Guayaquil para rechazar bajo el lema ‘Con los niños no’ una reciente sentencia de la Corte Constitucional que obliga al Ministerio de Educación a desarrollar un protocolo de acompañamiento a menores LGBT+ para prevenir la discriminación. EFE / Cristina Bazán

Más relacionadas