
Quito, Ecuador
Al resumir el mensaje del Papa Francisco, no me viene a la mente otra cosa que aquella frase que se ha vuelto casi un cliché: que la Iglesia debe ser un hospital de campo. Nos deja el recuerdo de algo tan elemental como que Jesús –y la Iglesia como el cuerpo de Jesús que habita la historia– es quien se acerca a los hombres, y no viceversa, porque solo así funciona la misericordia. Un hospital que va en búsqueda del herido, esté donde esté, esté como esté. Un hospital que necesita curar las heridas de los abusos dentro de casa, al mismo tiempo que abre sus brazos a todos, todos, todos, especialmente a los descartados: a los ancianos, a los jóvenes, a los presos, a los que no se sentían incluidos, a los no nacidos, a los migrantes. No solo hay que estar en la periferia, sino comprenderse desde la periferia.
Cuando empezó el pontificado, como periodista me encantaron las entrevistas que concedía en los aviones, en donde saltaban todo tipo de preguntas, desde las más rutinarias hasta las que parecerían más incómodas. Pero no se trataba solamente de una técnica de comunicación, sino de otro rasgo que Francisco procuró reflejar: que hay que jugársela en el terreno de las inquietudes de los tiempos. Si la Iglesia no está para descubrir el mensaje de Jesús como respuesta a las preguntas de cada época, se convierte en una enciclopedia pasada de moda. Nos enseñó que no debemos tener miedo a ninguna pregunta, porque en nuestras perplejidades vibra Dios queriendo abrirse paso en la historia.
Antes de ayer, todavía con la noticia atascada en el cuerpo, me disponía a celebrar la Eucaristía por un Papa difunto, cubierto por vestimentas moradas de luto. Sin embargo, la última jugada de Francisco fue morir en la semana de Pascua. Es tanta la alegría de la Resurrección de Jesús –de eso vive la Iglesia– que no se puede celebrar ninguna otra Misa que no sea de gozo. El día que fallecía Francisco, todos los sacerdotes teníamos que celebrar una ceremonia festiva, vestidos de blanco, festejando que Jesús –y, esta vez, también Bergoglio– está vivo. “No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase”, escribió en su primer documento. Eso. Todos.
