
Guayaquil, Ecuador
Lo han logrado. Felicitaciones. Han tenido éxito, no en satisfacer las necesidades ni en cumplir las expectativas de una clientela ecuatoriana exigente, sino en obtener por la vía del poder aquello que no han sido capaces de lograr por la vía del comercio. Han decidido dejar de conquistar clientes y dedicarse, en cambio, a negociar rehenes con la política: ciudadanos a los que, si no pueden persuadir mediante calidad y precio, forzarán mediante la eliminación de sus alternativas.
Desde el año pasado vienen anunciando, con tono apocalíptico, el inminente colapso de sus intereses particulares si no se les brindaba una protección arancelaria contra aquellos productos que, hasta el 16 de junio del presente año, ingresan sin impuestos mediante la categoría 4×4. Una modalidad preferida por miles de ciudadanos que buscan acceder a los bienes que el mundo nos ofrece y que durante décadas nos fueron restringidos. Hoy, cuando la humanidad ha logrado, con barcos, aviones, puertos y aeropuertos, abolir las distancias y acercar a nosotros la riqueza de todas las naciones del mundo, ustedes han contribuido a decapitar ese progreso desde las oficinas aduaneras.
Su actuación no responde a una doctrina económica, ni a teorías serias, ni a principio ético o patriótico alguno. Responde a la más inmoral de las prácticas: la de utilizar el poder del Estado para perpetuar privilegios. No hay sentido técnico ni económico en sus demandas, solo conveniencia particular, bien maquillada y disfrazada de interés público.
Veinte dólares pueden parecer poca cosa. Pero para cientos de miles de familias ecuatorianas, esa suma impuesta en cada envío puede marcar la diferencia entre acceder a los productos que realmente desean o resignarse a lo que les toca. Su logro es una barrera que frustra las aspiraciones de los consumidores y deteriora su justa libertad. Su efecto: encarecer las alternativas y proteger, bajo la excusa de una supuesta soberanía, a quienes no logran sostenerse en un régimen de competencia abierta. Es una victoria política pagada con la libertad de millones de ecuatorianos.
¿Pero qué es aquello que no se ve? ¿Cuáles serán los efectos de su vergonzosa conquista?
No consideran, o no parece importarles, y al gobierno tampoco, las familias y los negocios de aquellos ciudadanos que en unos pocos años han levantado emprendimientos logísticos y de transporte courier. Muchos que empezaron vendiendo espacio en las maletas; hoy son empresas formales que facturan, tributan y respetan las reglas del juego tanto como ustedes. De ellas dependen familias, y no solo las de sus dueños y empleados, sino también pequeños comerciantes que, aprovechando esta ventana al mundo, importan mercadería para comercializarla en el país. Todos ellos, tan ecuatorianos como ustedes, se verán afectados en una u otra medida por este nuevo arancel.
Y así también todo aquel ciudadano que, directamente o a través de un comerciante, hasta ahora había gozado de los frutos del comercio global. A partir de ahora, su privilegio pesará sobre los hombros de esos anónimos consumidores.
Ellos no gozan, como ustedes, de gremios organizados, ni de cazadores de rentas profesionales, ni de una flamante vicepresidente de la República cuya posesión ha coincidido con la defensa de los intereses particulares y concentrados de un sector al que pertenece.
Si la distancia natural desde donde viene aquello a lo que temen ya encarece el acceso para los consumidores, y si, además, quienes importan mercaderías deben asumir un 5% del total del precio por concepto de Impuesto a la Salida de Divisas, entonces cabe preguntarse: si ni siquiera en esas condiciones son capaces de competir, ¿qué clase de industria estamos realmente protegiendo?
Sepan, señores de la Industria Nacional, que rebajar a sus compatriotas hasta el nivel de su incompetencia no los eleva a ustedes. Solo confirma que han renunciado al respeto propio y ajeno que merece quien compite, crea y se honra en llamarse empresario.