El grito silencioso de los cristianos perseguidos

Lina María Vera

Quito, Ecuador

Mientras los focos mediáticos del mundo observan con ansiedad cada movimiento en Medio Oriente, una tragedia humanitaria ha pasado casi desapercibida: la masacre de al menos 200 cristianos en Nigeria entre la noche del 13 y el 14 de junio. Los responsables, presuntamente pastores armados de la etnia fulani, atacaron un campo de desplazados en el estado de Benue, donde cientos de personas dormían, víctimas de un desplazamiento previo causado por la violencia religiosa.

Hombres, mujeres y niños, civiles desarmados, y desprotegidos. Los agresores también intentaron incendiar la Iglesia de San José de Yelewata, donde se refugiaban cerca de 700 personas. Sin embargo, este hecho apenas apareció en los medios internacionales. Salvo algunos portales cristianos como Vatican News o El Debate, el resto del mundo mantuvo un silencio inquietante.

No se trató de un hecho aislado. En los últimos años, la persecución contra los cristianos en África ha escalado de forma alarmante. Según la organización Open Doors, más de 380 millones de cristianos sufren hoy altos niveles de persecución y discriminación por su fe —15 millones más que el año anterior. En 2023, 4.998 cristianos fueron asesinados por motivos religiosos, y el 90% de esos crímenes ocurrieron en Nigeria. Se trata de cifras que no solo revelan una emergencia humanitaria, sino también un abandono sistemático por parte de la comunidad internacional.

Es necesario detenernos un momento para imaginar la magnitud de lo ocurrido: familias completas quemadas vivas, niños asesinados mientras dormían. ¿Cómo es posible que semejante atrocidad no haya despertado la indignación global? ¿Desde cuándo la vida de 200 personas —padres, madres, hijos— dejó de ser noticia?

Lo más grave es que esta omisión no es solo informativa. Es también política, ética y humana. Al silenciar estas masacres, se normaliza la violencia. Al ignorar el clamor de las víctimas, conformadas por cientos de comunidades perseguidas, se envía un mensaje: que su sufrimiento no importa, que sus muertes no cuentan, que sus vidas no tienen valor. Y esto, en cualquier parte del mundo, debería ser inaceptable.

La Iglesia africana ha alzado la voz, pidiendo ayuda. No solo ruega por apoyo espiritual, sino por medidas concretas para detener una violencia que amenaza con convertirse en genocidio. Pero sus súplicas apenas rebotan en un mundo distraído y saturado de información.

Nos enfrentamos a una prueba moral como humanidad. Porque si realmente creemos en los derechos humanos, si realmente defendemos la libertad religiosa, entonces no podemos permanecer indiferentes. No se trata de religión, sino de dignidad,de justicia,de humanidad.

  • Lina María Vera es parte de Dignidad y Derecho

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