
Mientras el mundo debate sobre la futura reencarnación del dalái lama, la historia de la segunda figura más importante del budismo tibetano, el panchen lama, sirve como un oscuro precedente de la estrategia de China: su nombre es Gedhun Choekyi Nyima, y es conocido como el prisionero político más joven y de más largo encierro del mundo.
El 14 de mayo de 1995, el dalái lama le reconoció formalmente como la undécima reencarnación del panchen lama. Tenía solo seis años. Tres días después, el 17 de mayo, él y toda su familia fueron secuestrados por las autoridades chinas. No se le ha vuelto a ver en público desde entonces.
Tradicionalmente, el dalái lama y el panchen lama desempeñan un papel crucial en el reconocimiento de sus respectivas reencarnaciones, un sistema de validación mutua que ha garantizado el equilibrio del liderazgo espiritual tibetano durante siglos.
La importancia del panchen lama no es solo espiritual, al controlar al panchen lama, Pekín busca controlar al futuro dalái lama.
Tras la desaparición de Gedhun Choekyi Nyima, Pekín organizó su propia ceremonia y nombró a otro niño, Gyaincain Norbu, como su panchen lama oficial.
Panchen Lama chino
Desde entonces, coexisten dos panchen lamas. Uno, el elegido por el dalái lama, vive en un paradero desconocido, y el otro, el designado por Pekín, es educado bajo la tutela del Partido Comunista, que aparece en actos políticos oficiales y es ampliamente rechazado por la mayoría de los tibetanos en el exilio y dentro del Tíbet, que lo ven como una imposición.
En las calles de McLeod Ganj, el barrio en las colinas del Himalaya indio que se ha convertido en la capital del exilio tibetano, Gedhun Choekyi Nyima no envejece.
Es siempre el mismo retrato de un niño de seis años —la única imagen pública que existe de él— repetido en los altares de los monasterios, en las tiendas y en los hogares de esta «pequeña Lhasa».
Esa imagen, congelada en 1995, funciona como una analogía de la propia comunidad que lo rodea. Exiliados desde hace más de 60 años, se aferran a la memoria de un Tíbet libre que ya solo existe en el recuerdo.
Los ancianos que caminaron por ese Tíbet están muriendo y, con ellos, desaparece la experiencia vivida. Así, en el corazón del exilio, el retrato del niño que no envejece se convierte en el símbolo de una nación que lucha por mantener vivo un recuerdo mientras sus testigos desaparecen. EFE
