El fascismo murió en 1945

Adolf Hitler. Foto de Archivo, La República.

Diego Montalvo

Quito, Ecuador

Así el Socialismo del Siglo XXI se esmere en decir, que todo lo que no le agrada es «facho», les tengo una mala noticia: el fascismo murió en 1945. Corría septiembre de 1938 y Adolf Hitler estaba empecinado en invadir Checoslovaquia para devolver el territorio que él creía les pertenecían a los germanos. Mientras tanto, en Londres los parques eran centros para cavar trincheras en caso de un bombardeo nazi. Entonces, el ya desgastado primer ministro Neville Chamberlain, quien dimitiría en 1940 para darle el paso a Winston Churchill, está dispuesto a viajar a Múnich para negociar un desesperado tratado de paz con el Führer.

Ese es posiblemente el punto más importante del auge del fascismo durante la Segunda Guerra Mundial y luego, siete años después, tras la rendición alemana, el fascismo quedó enterrado para siempre.

Con esa precisión histórica cabe destacar que si bien, la segunda mitad del siglo XX mantuvo dictaduras militares como la de Franco en España (aunque ya muy debilitada sin Hitler ni Mussolini), la de Videla en Argentina, la de Pinochet en Chile, la de Trujillo en República Dominicana, el fascismo ya perdió realmente fuerza.

Curiosamente, el nuevo poder militar que quedó en firme, y auspiciado por los propios socialistas, son los regímenes de Cuba y Venezuela. Pues tras la muerte de Fidel Castro, su hermano Raúl era un general del ejército —quien quedó al frente del poder de la isla— y Hugo Chávez, comandante también del Ejército venezolano.  Pero, esos regímenes no son fascistas para el izquierdista común pese a que se dicen ser «críticos de los gobiernos militares».

Con ello, el wokismo, el feminismo y el socialismo engloban al «facho» como un personaje que abandera las ideas liberales y democráticas, es decir todo lo contrario a lo que profesaba el fascismo, pues este modelo prefería el hiperestatismo y la hiperpoilitización desde un máximo líder, es decir avalan el totalitarismo.

Mussolini decía: «Todo para el Estado, nada sin el Estado ni contra él». En resumidas cuentas, quien sueña con que el Estado intervenga en el mercado, regule precios y compita deslealmente con el sector privado y productivo en realidad es más fascista que el que promueve la libertad económica.  

Ese punto de discusión se daría como ejemplo cuando George Orwell publicó 1984. Ese era un libro de «extrema derecha» para los comunistas de la época, simplemente porque analizaba un modelo de propaganda como el de la Rusia estalinista, lo mismo pasó con Rebelión en la granja.

Luego, Hannah Arendt, afirmó la idea de la concepción radical de la democracia que enfatiza la participación activa de los ciudadanos en la toma de decisiones políticas y cuya aplicación era el concepto de libertad.

Cuando Margaret Thatcher, una liberal convencida, subió al estrado y dijo su máximo discurso contra el socialismo el 19 de enero de 1976, también el mundo de izquierda tembló. Thatcher dijo: «Señor presidente, el problema del socialismo es que no le gusta la libertad. A los socialistas no le gusta que la gente corriente tenga posibilidad de escoger, porque saben que no escogerían el socialismo». La izquierda la borró del mapa. Por ello, ni Arendt ni Thatcher son figuras que el feminismo cite jamás, porque eran mujeres libres y para nada dogmáticas.

Así, la definición de un «facho», pasado 1945, es en realidad un hombre que defiende la libertad. Pero, en el Siglo XXI el «fascista» no es sólo el liberal que defiende lo privado, sino el que además busca proteger la familia como núcleo social, tiene valores cristianos, lucha contra la doctrina GLBT, refuta el aborto y pide cárcel para criminales (es decir quién únicamente tiene una idea lógica y normal de las cosas y vive su vida comúnmente).

Tras el incidente en Torre Pacheco en Murcia, España, la gente buscó que quien delinca y sea extranjero sea sacado del país (razón obvia), pero los discursos de «fascismo» caldeó el ambiente nuevamente y el revoloteado avispero se agitó más sin razón desde las narrativas de izquierda.

Ahora, por la guerra entre Rusia y Ucrania, países como Francia y Alemania van a mermar sus presupuestos en salud, educación y vivienda para aportar a la cartera de Defensa, supondremos que defenderse de los posibles ataques rusos también será «fascismo». Entonces, si ser «fascista» es defender un territorio de un ataque enemigo, de mantener los valores occidentales o de empujar un país al desarrollo, bienvenido sea.

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