Volveréis (2024)

Foto grama del filme Volveréis, del cineaasta español Jonás Trueba, de 2024.

Andrés Cárdenas Matute

Quito, Ecuador

Jonás Trueba se cura por lo sano. Si a algún espectador le estaba pareciendo repetitiva su película Volveréis (2024), él juega la carta de Kierkegaard, leído por uno de sus personajes: “El amor-repetición es el único dichoso porque no entraña, como el del recuerdo, la inquietud de la esperanza, ni la angustiosa fascinación del descubrimiento, ni tampoco la melancolía propia del recuerdo. Lo peculiar del amor-repetición es la deliciosa seguridad del instante”. No solo se defiende, sino que además enuncia lo que la historia quizás muestre en su desarrollo final: una toma de conciencia del valor de la repetición en lo cotidiano. Ale y Alex, cineastas, llevan catorce años juntos, pero, al igual que ha sucedido con sus padres, con sus hermanos, con sus amigos, con todos, piensan que les llegó el momento de separarse. En medio de la crisis, se les metió la idea de hacer realidad una frase que repetía siempre el padre de ella en las sobremesas: que habría que celebrar las rupturas más que los inicios porque todo principio entraña incertidumbre, mientras que la separación es una elección deliberada del propio bien. Suena liberador, moderno y afectivamente responsable. Otra cosa será –como les dice el mismo autor de la frase al conocer sus planes– ver si ese sonido de palabras se refleja en la vida. Ale y Alex distribuyen la noticia al ritmo de “pero estamos bien, mejor que nunca, no se preocupen”; cada uno tiene que morderse el posible dolor y demostrar, con fingido estoicismo, que está más decidido que el otro. Pero Trueba incluye en su juego filosófico también la carta de Stanley Cavell con su “comedy of remarriage” en donde quienes se aman tienen que separarse un momento para, después, volver a unirse con más conciencia y decisión. ¿Tendrán razón Cavell y Kierkegaard? ¿O simplemente, después de catorce años, llegó el momento de celebrar otra ruptura? La última película de Jonás Trueba gana más en la exposición de ideas y en su ejercicio metacinematográfico –del cual no hemos podido hablar–, que en el desafío de traducir al cine, con acciones que emocionen, las ideas de sus filósofos favoritos.

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