
Guayaquil, Ecuador
La mente suele pensar en términos opuestos: izquierda y derecha; libertad y seguridad; democracia y autoritarismo. No obstante estos elementos o conjuntos no son opuestos, sino partes complementarias de un mismo sistema mal entendido y por ende, mal practicado. Así como en los ecosistemas naturales encontramos el equilibrio, el ecosistema político también tiene una serie de herramientas para gestionar el balance: pesos y contrapesos.
Empero, uno de nuestros problemas es que solemos pensar en términos conflictivos, creemos que llevamos la guerra en la sangre cuando es una de las tantas creaciones de la mente humana. La izquierda necesita a la derecha, tanto como la derecha necesita a la izquierda. No para tener un contrincante, sino para tener un crítico. Para Isaiah Berlin, hay dos tipos de problemas en la política: los problemas técnicos y los problemas de interés; siendo los últimos, con superlativa frecuencia, los reales problemas.
No es tanto un asunto político lo que haya pensado Marx, Hayek, Locke, Bakunin, de Beauvoir, Arendt como sí lo es la intención de quien esgrime con violencia los argumentos que estas personas pensaron con la intención de alumbrar la oscuridad de la ignorancia en la cual la humanidad transita el devenir de los tiempos. Ellos ya no están con nosotros, sí lo están Aquiles, Marcela, Daniel, Jan; actores que creyeron haber comprendido a la política como una obra de teatro o peor, como un juego, pero, ¿Qué opción tenían?
El sistema político ecuatoriano, y más que todo, su cultura política, es una que invita a la confrontación, desde memes hasta discursos, desde anuncios publicitarios hasta consignas que hacen gala de desconocer el sentido de la política; este propósito para Hannah Arendt en “¿Qué es la Política?” es el arte de vivir juntos. De ahí el problema de la mente dual, observar enemigos donde solo hay personas que comparten una misma especie, una misma ignorancia, un mismo miedo, un mismo deseo. No obstante, el orgullo humano es de las cargas – o pecados si se quiere – más pesadas que hemos decidido llevar a cuestas y que nos impide cooperar.
¿Quién nos llama a ser enemigos? ¿Acaso lo hizo Cristo? ¿Acaso lo hizo Buda? Han sido interpretaciones de interpretaciones a las cuales permitimos gobernar nuestras mentes, cuerpos y emociones que, sumados a una serie de dispositivos culturales diseñados para romantizar a la guerra, nos mantienen en la inercia de la confrontación cuando lo que el sistema político requiere para funcionar es trabajar juntos.
Decidir entre autoritarismo o democracia es una cuestión técnica, habría que involucrar análisis de coyuntura, considerar indicadores económicos, relaciones internacionales, entre otros; porque ambas formas de gobierno tienen el mismo objetivo: la conservación de la especie. Lo problemático de esta falsa dicotomía – capaz de ser resuelta al pensar ambos conceptos en términos de ciclos o sucesiones – no es tanto pensar en que se dirija un autoritarismo o una democracia, sino aquellos que pugnan por ser quienes lo dirijan; he ahí el válido miedo del electorado que lastimosamente termina siendo recurso del mercenario defensor del pueblo.
Pero el fin no justifica los medios. En especial cuando la historia – sujeta a la tinta de los vencedores de un conflicto sintético – no hace justicia a la realidad de los hechos. ¿A costa de cuántos ecuatorianos seguiremos alimentando la creencia de que necesitamos pan y circo? ¿A costa de cuántas muertes y vacunas no nos permitiremos trabajar juntos? ¿Cuántas generaciones van a tener que migrar no por deseo sino por necesidad?
Como dice el refrán: una mentira dicha mil veces se vuelve verdad y he ahí la guerra que tenemos enfrente: el narco, las bandas, el tráfico de múltiples objetos e incluso seres, la subrepticia corrupción que se disfraza de valientes que tienen demasiado miedo para decirlo todo al pueblo que los escucha y que espera la palabra más manipulada del Ecuador: cambio. Aún así, ¿Cómo juzgarlos cuando un arma apunta a su cabeza? Fuese esta arma el brazo de un narcotraficante o su propio susto egoísta de perder votos.
Ecuador ha llegado al punto en el cual necesita un mártir, sin embargo la muerte de este mártir no es precisamente física. No es tan necesario morir por una causa como vivir por ella, sin embargo, vivir por ella puede implicar renunciar a nuestra paz, a la tranquilidad, a la familia, es la muerte de las aspiraciones más profundas y naturales de nuestro ser para reparar el desastre en el que hemos vivido.
Ecuador tiene, en manos del presidente Noboa, una oportunidad dorada para corregir el rumbo sin rumbo que hemos estado siguiendo desde hace años. Ecuador necesita que su gente coopere entre sí, sin perder la competitividad como esencia del desarrollo de varios sistemas como el económico, el político e incluso el académico. Para ello, es importante abandonar la mente dual y comprender que la competencia sana es colaboración, es dejar de lado la ambición para que las reglas del juego permitan que “el juego” funcione y no se torne un oscuro porvenir nacido de la corrupción.
En conclusión, insto a los lectores de este artículo a no perderse el bosque por observar un árbol, a acoger en el vacío propio las diferencias que nos hacen humanos, todo ello sin perder la brújula moral que hace mucho le hace falta no solo al Ecuador, sino al mundo.

Esta brújula compuesta de conceptos como la justicia, la equidad, la libertad y el altruismo debe ser una que no reparemos sino que concibamos de nuevo; un producto ecuatoriano, no importado de Europa, Estados Unidos o China, sino uno nacido de las entrañas de la necesidad de quienes ya no pueden salir de sus hogares tranquilos y claro, también de aquellos que aún pueden hacerlo. Porque todos somos hijos del mismo Ecuador.