
Guayaquil, Ecuador
Eran comienzos de la década de los sesenta cuando Carlos Guevara Moreno, entonces Director Supremo de Concentración de Fuerzas Populares, uno de los dos partidos más importantes en ese momento en Ecuador, se había autoexiliado en México, y dejado el liderazgo en uno de sus hombres, entonces un diputado cefepista de mediana importancia, sin gran futuro político, llamado Assad Bucaram.
Guevara Moreno venía de perder, en 1956, las elecciones presidenciales ante Camilo Ponce, el candidato oficialista del gobierno de Velasco Ibarra. Pese a su enorme popularidad, Guevara no había hecho un gran papel: el verdadero rival del velasquismo fue Raúl Clemente Huerta, y el Capitán del Pueblo (como le gustaba autodenominarse a Guevara) quedó relegado a un incómodo tercer lugar, lo que lo llevó a tomarse un descanso en Acapulco, en México, desde donde pretendió seguir controlando el partido.
El error fue gravísimo. Dos años después, Bucaram gana la alcaldía de Guayaquil, y ya posesionado de la enorme maquinaria electoral que era el Municipio, ante el desbande del partido con un líder como Guevara, que pretendía tomar decisiones absolutistas a control remoto, y además de la necesidad de su propia supervivencia política, Don Assad se tomó CFP. No fue fácil. Pero no en balde el alcalde de Guayaquil ha sido siempre el segundo político más importante del país, después del Presidente de la República. El líder natural de la oposición. Y el blanco preferido de los gobernantes que aspiran a quedarse largamente en el poder.
No en vano, en 1952 Velasco Ibarra había impedido que Guevara gane la alcaldía de Guayaquil inventándose que estaba intentado un golpe de Estado para capturarlo y mandarlo al destierro. Al alcalde Pancho Huerta, en 1970, el mismo Velasco, en el último de sus cinco gobiernos, simplemente lo capturó y lo envió preso al Oriente por haber protestado por la ruptura de la Constitución. En 1985, el presidente León Febres Cordero forzó el exilio del alcalde Abdalá Bucaram, bajo la expedita acusación de difundir rumores falsos. Y ya entrados los noventa, si el presidente Rodrigo Borja no logró que el Concejo Municipal destituya a la alcaldesa Elsa Bucaram, fue porque ella renunció antes, ante el peso de su propia ineptitud.
El enfrentamiento entre el Presidente de la República y el alcalde de Guayaquil es una constante en nuestra historia. Y si un alcalde quiere sobrevivir, necesita liderar una estructura de poder. Por eso creo, ya entrando en materia, que el actual alcalde de Guayaquil, Aquiles Álvarez, no tiene otro camino sino el que hace décadas tomó don Assad Bucaram: defenestrar al líder de su partido, depurar a la organización y tomar el liderazgo.
Las circunstancias están dadas. Con Daniel Noboa en el poder no hay posibilidad visible de que Rafael Correa retorne. Y ante la evidencia, los asambleístas se desgranan. Hasta los más melosos correístas, como la Prefecta Marcela Aguiñaga, coquetean ya abiertamente con Noboa. La carta firmada, entre otros, por el alcalde de Quito, Pabel Muñoz, y la Prefecta de Pichincha, Paola Pabón (¡hasta Paola Pabón!) dejan claro que el partido está en desbandada. Y en busca de un líder.
El espacio está ahí. Ha existido siempre. Un populismo de los más pobres que históricamente ha disputado el poder contra un populismo de derecha. Eso era Guevara Moreno contra Velasco Ibarra. Don Buca contra los oligarcas enloquecidos por el dinero del velasquismo. Abdalá contra Febres Cordero. ¿Tiene la talla Aquiles Álvarez? No lo sé. Quizás no lo sepa ni siquiera él. Lo sabrá la Historia.

Y quizás esa sea su principal debilidad. Su verdadero talón de Aquiles. El no entender a cabalidad la importancia del sillón donde está sentado. Y el enorme poderío que ello le confiere.