La pregunta seis

Retrato de Federico el Grande, por Wilhelm Camphausen. Dominio público.

Joselo Andrade

Guayaquil, Ecuador

Cuenta la historia que Federico el Grande construyó en Sanssouci un palacio digno de competir con el de Versalles. Pero, para su desdicha, frente a su palacio se encontraba un viejo molino de viento, de escaso atractivo estético. Este hecho llevó al monarca a intentar comprarle el molino al molinero, con la intención de destruir aquello que, a su juicio, arruinaba la belleza del castillo.

Sin embargo, el molinero en cuestión respondió negativamente a la solicitud del rey. Superadas las insistencias iniciales, el monarca increpó al molinero indicando que, siendo él quien era, bastaría con una orden suya para acabar con el molino, sin siquiera compensar de forma alguna al molinero. A partir de ahí, la respuesta aún perdura en el tiempo. El molinero exclamó al monarca: ¡No mientras existan jueces en Berlín!

Esta expresión tan sencilla como hermosa, nos habla de uno de los más excelsos y nobles logros de la humanidad. El contar con instituciones que puedan proteger al individuo, frente a la autoridad. Y aunque hoy muchas veces lo damos por sentado, la historia de la humanidad es en gran medida, el relato de como logramos limitar el poder de aquellos que detentan el poder, precisamente para evitar que éstos últimos abusen de él.

¿A cuento de qué esta reflexión?

Para decirlo sin rodeos: No creo que ni a Nicolás Maduro se le hubiese ocurrido una idea tan mala, tan poco democrática e incapaz de guardar las formas. La pregunta seis, con su intención de llevar a juicio político (eufemismo utilizado para montar actos circenses en tierra ecuatoriana) a los jueces de la Corte Constitucional, es a todas luces un atropello a la poca institucionalidad existente.

No es que sean santos de mi devoción estos jueces en particular, bastante daño ya han realizado. El problema de fondo es aquello que les corresponde proteger La Constitución de Montecristi. En términos sencillos: ellos son sus garantes.

Sin embargo, más allá de la necesidad de reformas en nuestra tierra, no pueden el Ejecutivo y el Legislativo unirse para acabar con el tercer poder, cuyo propósito es proteger al individuo contra el abuso de quien detenta de manera temporal el poder.

Termino expresando mi preocupación, por esta manifiesta intención contraria al talante democrático que deberían mostrar aquellos que gobiernan, solo recordándoles “que rara vez la libertad se perdió de un día para otro, esta suele perderse poco a poco”.

Seguimos conversando.

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