Demagogia y masa: el fracaso de los 140 caracteres

Fotografía de archivo fechada el 27 de julio de 2023 que muestra un usuario sosteniendo un teléfono móvil que muestra el logotipo 'X' frente a la página de Elon Musk, en Los Ángeles, California (EE.UU.). Odio contra el odio al odio. EFE/ Etienne Laurent ARCHIVO

José Gabriel Cornejo R.

Quito, Ecuador

Antes de que X termine de selvatizarse, había una regla modulatoria. Era sencilla: si el usuario escribe, entonces no podrá pasar de 140 caracteres. A dicha regla, imagino, se la pensó con la función clave de refinar el pensamiento. Con esa finalidad, asumo, se habrá creído que 140 caracteres inducían a un uso inteligente del idioma, obligando a afinar y precisar lo que se dice. Algo así como una economía del texto al servicio de la calidad. En efecto, clarificar o simplificar el lenguaje no es otra cosa que clarificar y simplificar el pensamiento.

La regla se suprimió. Y, aun así, la inmensa mayoría de usuarios no utiliza más de 110 caracteres. ¿Tuvo éxito? En términos de acostumbrar al uso limitado de caracteres como mecanismo para generar engagement, sí. En términos de lograr un contenido más inteligente, NO, rotundo no.

La regla que -asumo yo- procuraba moderar la pululante demagogia de los usuarios, se ha demostrado completamente ineficaz. Pero, este acontecimiento ha tenido un efecto sincerador. Está en evidencia que, en la selva, para ser rey hay que ser demagogo. Es claro que, en general, las redes sociales han sido plataformas para parecer antes que para ser. La red social es, primordialmente, un medio para vender imagen, de expertise, de inteligencia, de analista objetivo, de empático, de lo que sea.

Se trata de un medio para comunicar pasiones -sobre todo la ira- y lanzarlas a una audiencia de anónimos, listos para dejarse contagiar.

¿Qué vemos en ese ecosistema digital? El reinado de la demagogia, representadas en el “intelectual” de X y en los líderes de opinión que se interesan más en convertirse en adalides que en la calidad del contenido que producen. Lo que vemos, sin duda, se parece a la descripción del demagogo y del hombre-masa de Ortega y Gasset.

El demagogo es aquel que gusta de hablar a las audiencias sin nombre ni rostro, para mostrar su gran retórica, proporcional a su escasez de sabiduría. Irresponsable “ante las ideas mismas que maneja y que él no ha creado, sino recibido de los verdaderos creadores”. La demagogia es la degeneración de la inteligencia, que se pone al servicio de la imagen y de la popularidad, mientras, indiferente, rechaza la verdad y la excelencia.

Pese a eso, no le incomoda ocupar sitios -sean reales o simbólicos- para los cuales no está preparado.

Masa es aquel hombre al que le gusta sentirse idéntico al otro y construye su personalidad en función de la opinión ajena. Sobre todas las cosas, busca encajar; y, para ello, presta oídos al demagogo. Es el ser genérico y homogéneo, con mentalidad de grupo. En su código de pensamiento, no existe lugar para la virtud y la excelencia. Piensa en clave de derechos, repudia los deberes.

Son dos especies de fácil acceso: basta abrir las redes sociales.

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