El gran ausente del agro: el Censo Nacional Agropecuario

Emilio Gallardo González

Guayaquil, Ecuador

El Censo Nacional Agropecuario es el gran ausente del agro ecuatoriano. Su olvido no constituye únicamente una falla técnica, tiene un profundo impacto en lo económico, lo político, lo social, lo institucional, lo ambiental, y lo cultural. No realizarlo equivale a silenciar a miles de agricultores e invisibilizar las verdaderas necesidades productivas del entorno rural.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés), define al censo  como “una operación en gran escala que se realiza periódicamente para reunir información cuantitativa sobre la estructura del sector agropecuario”.

Sin información actualizada, no es posible establecer un diagnóstico real del sector, diseñar políticas agrícolas con visión de largo plazo y planificar la transformación estructural del modelo agropecuario. Condiciona la capacidad de impulsar la productividad y competitividad con eficacia.

La recomendación de organizaciones internacionales como la FAO, el Banco Mundial y el  BID señala que un censo nacional agropecuario debe realizarse cada diez años. Han pasado ya veinticinco años desde que Ecuador realizó el último censo.

Actualmente, se realiza la Encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria Continua (ESPAC), ejecutada anualmente  por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Aunque importante, está enfocada en la superficie cultivada y volúmenes de producción, pero  no sustituye la necesidad de realizar un censo, ya que su cobertura es limitada. No permite identificar cambios estructurales ni profundizar en la dinámica del sector.

La Prefectura del Guayas en convenio con una universidad, impulsa un censo agropecuario provincial. La iniciativa debe reconocerse, sin embargo, al no ser parte de un censo nacional, presenta importantes limitaciones desde la perspectiva técnica, metodológica y en el análisis de los resultados.

Dicho censo, al no estar integrado a nivel nacional, presentará debilidades en la estandarización de definiciones y categorías; no estará alineado con los diseños muestrales ni con los marcos censales nacionales. Además, la  información  podría generar sesgos territoriales, dificultades para analizar cambios estructurales y restricciones en el diseño de políticas agrícolas.

En Ecuador se han realizado tres censos nacionales agropecuarios, en 1954, 1974 y 2000.

De acuerdo con información del INEC, en 1954 la superficie bajo Unidades de Producción Agropecuaria (UPAs) — es decir, predios dedicados total o parcialmente a la producción agropecuaria bajo una administración única ejercida por la persona productora—representaba un total de 5.990.000 hectáreas, que correspondían al 23% del territorio nacional.

En 1974, la  superficie agropecuaria tenía una extensión de 7.955.000 hectáreas equivalentes al 31% del área total del país. Para el año 2000 la superficie se incrementó a 12.356.000 hectáreas, conformando el 48,2% del territorio del país.

Desde la perspectiva de la  evolución de la estructura agraria, en 1954  predominaba la agricultura tradicional, mayormente de subsistencia, con baja mecanización, dependencia del trabajo manual, uso intensivo de la mano de obra familiar y una alta concentración de tierras. La producción estaba orientada al consumo interno.

A inicios de los años cincuenta se inició el boom bananero, con una estructura de producción capitalista que contribuyó a importantes desarrollos en la sociedad agraria del país.

El censo de 1974 reflejó una transición del sector agropecuario hacia la diversificación, la expansión de la frontera agrícola y el incremento de la producción para la exportación.

En el tercer censo, realizado en el año 2000, los resultados muestran una agricultura moderna y especializada, con uso de tecnologías vinculadas a los mercados internacionales.

Sin embargo, se evidencia una dicotomía importante entre la agricultura empresarial—con altos niveles de productividad—y los pequeños productores, que permanecen rezagados y enfrentan brechas cada vez mayores en sus rendimientos. Esta situación se evidenciará con mayor fuerza en el próximo censo.

Frente a esta realidad, no se entienden los motivos por los cuales los gobiernos siguen minimizando el sector agropecuario. También es difícil comprender por qué se insiste en “pilotear el avión sin instrumentos, sin rumbo”.

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