Migrantes  

Un grupo de migrantes centroamericanos varados en la garita de San Ysidro intentan ingresar a Estados Unidos para pedir asilo hoy, en la ciudad de Tijuana, estado de Baja California (México). EFE/Joebeth Terríquez Foto: EFE

Luis Villacrés Smith

Guayaquil, Ecuador

Merecen nuestros respetos y admiración en cualquier lugar del mundo. No es una decisión fácil ni cómoda, la mayoría de las veces obligada por las circunstancias, de gente que lo arriesga todo, que necesita hacerlo por diferentes razones. La historia está llena de ejemplos de los más connotados personajes o de pueblos enteros que tuvieron que emigrar. 

José con María, su esposa embarazada tuvo que ir a Belén y luego con un niño de pocos días, huir a Egipto para salvar su vida, por los celos de Herodes que ordenó a matar a miles de inocentes. El pueblo judío fue sometido por sus vecinos, luego dispersado por el mundo por el emperador romano en el año 70 de nuestra era. Anduvieron errantes casi veinte siglos hasta la reciente creación del estado de Israel en 1948.  

Estados Unidos fue colonizado por migrantes europeos por razones religiosas y complementado con oleadas de diversas nacionalidades que buscaban mejores días en esa naciente nación. Gran parte de los mexicanos siempre estuvieron dentro porque esos territorios fueron su lugar natal. El padre de Donald Trump emigró de Alemania y su madre de Escocia. Los abuelos de John F. Kennedy, de Irlanda, y Barack Obama fue hijo de un estudiante extranjero proveniente de Kenia y madre de origen irlandés.   

Quienes han emigrado a Norteamérica lo han hecho buscando mejores días y han ofrecido su trabajo honesto, su mano de obra en ocupaciones difíciles que los nacionales ya no desean realizar. Hoy por las redadas indiscriminadas que se realizan en centros comerciales, iglesias, tiendas, incluso en las mismas dependencias que deben visitar los inmigrantes en situación irregular, todos sienten miedo de circular o ir a trabajar. Las labores agrícolas, hoteles, restaurantes, las construcciones acusan falta de trabajadores y algunas deben dejar de operar o atender. 

Las cosechas en el campo se pudrirán con la ausencia de quienes antes recogían sus frutos. La economía de muchas actividades se ven obligadas a interrumpir o terminarán por colapsar. Cuando se reúnen y salen a protestar, el gobierno envía miembros de la Guardia Nacional a reprimir. El peligro es inminente, todos se ven amenazados, el estatus migratorio provisional que habían adquirido muchos, se les ha suspendido, ya nada les sirve. 

En recientes días, un jardinero indocumentado mexicano, Narciso Barranco, de 48 años de edad con tres hijos que hoy sirven en el ejército de los Estados Unidos, tuvo la mala fortuna de ser sorprendido mientras trabajaba en el Home Depot de Santa Ana-California; su apariencia lo delataba como posible migrante ilegal. Él ha permanecido 31 años realizando tareas de jardinería que muy pocos residentes legales están dispuestos a realizar. Ahora Narciso espera su extradición. 

Las promesas de terminar con el flujo de la migración ilegal han sido sobrepasadas por un exceso de detenciones y deportaciones de gente honesta que venía residiendo y colaborando de buena fe en su comunidad. La idea era terminar el ingreso indiscriminado y depurar de elementos nocivos, pero nunca auto infringirse un daño irreparable a su propia economía. 

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