La vida de Chuck: la eternidad en un instante

Fotograma tomado de Flanagan, M. (Director). (2024). The Life of Chuck [Película]. Intrepid Pictures; QWGmire; Red Room Pictures; Nour Films (Distribuidora).

Jorge Esteban Ponce Tarré

Quito, Ecuador

“¿Me contradigo? Pues bien, me contradigo. Soy grande y contengo multitudes”

Walt Whitman, 1855

En su cuento El Aleph, Jorge Luis Borges imagina una esfera en un sótano que contiene todos los lugares del universo: cada rincón del cosmos, cada instante del tiempo, cada historia pasada, presente y futura. Este objeto inverosímil permite al observador experimentar la simultaneidad de la existencia, una visión que trasciende los límites humanos y evoca prácticas espirituales como la meditación trascendental de los lamas tibetanos, quienes buscan estados de conciencia que revelan la interconexión de todo lo existente.

De manera similar, relatos de personas que han vivido experiencias cercanas a la muerte describen visiones en las que, en un instante, reviven su vida entera o perciben realidades más allá del tiempo lineal. Estas experiencias, que disuelven las fronteras de lo individual, invitan a reflexionar sobre el lugar de una vida humana en el vasto tejido del universo, un tema que se refleja en la cinta La vida de Chuck (2024), dirigida por Mike Flanagan y basada en un relato de Stephen King.

La producción de Flanagan explora cómo lo individual refleja lo universal a través de los momentos que definen una existencia. En su primer tercio, un profesor enfrenta el colapso del mundo, donde catástrofes anuncian el fin de la humanidad. En busca de redención, emprende una travesía a pie para reconciliarse con su exesposa, encontrando en el camino a un anciano funerario cuya sabiduría lo lleva a reflexionar sobre su vida, sus amores perdidos y las decisiones que lo han moldeado. Esta narrativa se entrelaza con la de Chuck, un hombre moribundo cuya enigmática presencia aparece en vallas publicitarias que agradecen su existencia, sugiriendo que, al igual que en el relato del porteño, una sola vida puede contener la totalidad de la experiencia humana. La película plantea que momentos aparentemente insignificantes —un amor, una pérdida, una decisión— armonizan con la grandeza del cosmos.

El arte como un relámpago de lo infinito

El segundo acto profundiza en la figura del protagonista, un contador interpretado por Tom Hiddleston, cuya vida se ilumina en un instante de conexión espontánea. De camino al trabajo, el contable se detiene ante una baterista callejera y, junto a una joven que acaba de terminar una relación, se une a un espectáculo de danza improvisado. Esta escena, simple en apariencia, es el corazón emotivo de la película, pues captura la grandeza de un momento artístico que trasciende su brevedad. Así, Mike Flanagan exalta la capacidad del arte para inmortalizar la felicidad fugaz de lo cotidiano, un tema encarnado por los buskers (artistas callejeros), cuyo término, surgido en el inglés hacia 1860, evoca la preparación de lo ordinario para convertirse en eterno. Como en El Aleph, este instante de música y danza contiene una chispa del infinito, reflejando la capacidad del arte para abarcar la totalidad del universo en un solo momento.

La tercera parte de la cinta revela la infancia del protagonista, marcada por la pérdida de sus padres y su crianza por sus abuelos en una casa victoriana. En este hogar, un cuarto prohibido en el ático —un guiño al estilo de Stephen King— parece predecir el futuro, funcionando como un eco de El Aleph. Este ático, al igual que el sótano de Carlos Argentino Daneri, contiene todos los tiempos y todas las historias, tanto las de Chuck como las de otros. En la morada, los tutores del niño le enseñarán a encontrar sentido a su vida: su abuela, a través de la felicidad en cosas simples como cocinar o bailar; su abuelo, mediante la admiración por las matemáticas, que revelan verdades universales. Este último le explica una escala temporal comprimida, popularizada por Carl Sagan, en la que los 13.800 millones de años del universo se condensan en un año calendario, ilustrando la relatividad del tiempo y su conexión con la eternidad.

Emociones humanas frente a lo eterno

Tanto Borges como King exploran las emociones humanas frente al infinito. En el cuento del argentino, el narrador, marcado por la pérdida de Beatriz Viterbo, a quien amaba, experimenta el Aleph como una visión que intensifica su dolor y nostalgia. Al ver todos los momentos de la vida de Beatriz, el lugar imposible le muestra lo que ha perdido, haciendo que la eternidad sea a la vez fascinante y dolorosa. De manera similar, en la película del director estadounidense, la existencia del protagonista está definida por la pérdida: primero de sus padres, luego de sus abuelos y, finalmente, la de su propia vida. El ático, como en El Aleph, le revela la totalidad de su existencia, mezclando alegría y dolor en una experiencia del infinito que recuerda a la aventura cósmica de 2001: Una odisea del espaciode Stanley Kubrick, donde lo eterno se encuentra en lo humano.

La vida de Chuck de Stephen King confluye con la narración de Jorge Luis Borges, coincidiendo en una exploración de lo eterno dentro de lo efímero. A través de lugares  convertidos en símbolos, como el ático y el sótano, ambos autores sugieren que una vida, un momento o un instante de arte puede contener la inmensidad del universo. Sin embargo, esta revelación está inseparablemente ligada a emociones humanas —amor, pérdida, nostalgia— que nos atan a nuestra finitud.

En estas obras, King y Borges nos invitan a contemplar la paradoja de nuestra existencia: somos efímeros, pero en cada uno de nosotros reside un reflejo de la eternidad, un Aleph que, aunque abrumador, nos conecta con la totalidad del universo.

A Teresita.

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