Hoy, 7 de septiembre, se cumplen siete años de la muerte de Mac Miller, un artista cuya carrera fue tan brillante como turbulenta. Miller, nacido Malcolm James McCormick en Pittsburgh, alcanzó notoriedad muy joven y se convirtió en uno de los nombres más influyentes del hip-hop de la última década. Su muerte, producto de una sobredosis accidental a los 26 años, dejó en suspenso una trayectoria que parecía apenas comenzar a alcanzar su madurez creativa.
En los últimos meses de su vida, el rapero trabajaba intensamente en Swimming, un álbum que, según Rolling Stone, reflejaba un punto de inflexión en su sonido y en su manera de enfrentar sus propios demonios. Amigos y colaboradores como Thundercat, Ty Dolla $ign o Miguel recuerdan esos días con cierta incredulidad: Miller estaba entusiasmado con su futuro, planeando giras, colaboraciones y proyectos que nunca llegarían a concretarse. “Hasta en sus últimas conversaciones había una energía luminosa”, dijo Thundercat a la revista.
Su historia es también la de un artista que nunca dejó de reinventarse, desde los mixtapes juveniles como K.I.D.S. hasta trabajos más experimentales como The Divine Feminine. Lo que para algunos críticos comenzó como un fenómeno pasajero terminó por consolidarse en una voz respetada por sus pares. Años después, su música sigue siendo punto de referencia para toda una generación de oyentes que lo vieron crecer y caer, pero que lo recuerdan como alguien capaz de transformar su vulnerabilidad en arte.