
Quito, Ecuador
Venezuela no solo es un escenario de conflicto interno, sino una pieza clave en el tablero de poder global. Durante más de dos décadas, el chavismo ha convertido al país en una plataforma geopolítica para la proyección de intereses de potencias extra hemisféricas como Rusia, China e Irán.
Una eventual caída de Nicolás Maduro y la instauración de un gobierno alineado con Washington reconfiguraría el equilibrio de fuerzas en la región, debilitando la presencia de estos tres actores estratégicos.
Para Rusia, Venezuela representa su principal socio en América del Sur. Caracas ha sido cliente preferencial de armamento ruso —desde sistemas de defensa aérea S-300 hasta aviones de combate Sukhoi— y punto de apoyo para ejercicios militares conjuntos en el Caribe.
Además, la relación energética ha permitido a Moscú invertir en la industria petrolera venezolana, obtener acceso a refinerías y utilizar el país como vía para evadir sanciones occidentales.
La caída de Maduro significaría no solo la pérdida de contratos multimillonarios, sino también el desmantelamiento de una cabeza de puente geoestratégica que Moscú ha cultivado como contrapeso a la OTAN en el hemisferio occidental.
China: créditos, petróleo y la Franja y la Ruta en riesgo
China ha invertido más de 60.000 millones de dólares en Venezuela a través de créditos respaldados en petróleo y proyectos de infraestructura. En el marco de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, Pekín buscó convertir a Caracas en un nodo energético y logístico para su expansión en América Latina. Sin embargo, un cambio de régimen anticomunista podría llevar a la revisión de contratos, la renegociación de deuda y la limitación de empresas chinas en telecomunicaciones, energía y transporte.
Más allá de la pérdida financiera, el verdadero golpe sería político: la retirada o debilitamiento de China en Venezuela enviaría una señal de retroceso en su estrategia de influencia hemisférica.
Irán: drones, uranio y una plataforma hemisférica
Irán es quizá el país que más perdería con la caída del chavismo. Venezuela ha sido su socio más cercano en el continente, facilitando operaciones financieras para evadir sanciones, envío de combustible y actividades de inteligencia.
Pero lo más sensible está en el campo militar y tecnológico. Caracas, con apoyo iraní, ha impulsado proyectos de producción de drones de combate inspirados en modelos como el Mohajer-6 y el Shahed-136. Estos sistemas, utilizados por Teherán y sus aliados en Medio Oriente, han comenzado a replicarse en suelo venezolano, generando preocupación en agencias de seguridad occidentales por el riesgo de transferencia tecnológica a grupos criminales o insurgentes en América Latina.
A ello se suman los indicios de cooperación vinculados al uranio enriquecido. Aunque Venezuela no desarrolla un programa nuclear oficial, la existencia de yacimientos de uranio en su territorio ha dado pie a sospechas de colaboración encubierta con Irán, orientada a sostener su programa nuclear bajo sanciones.
Con un cambio de gobierno, estas rutas aéreas y marítimas quedarían cerradas, cortando la capacidad de Teherán para proyectar poder, financiarse e incursionar en el hemisferio. La pérdida sería estratégica: Irán quedaría sin su plataforma hemisférica para sortear sanciones y exportar tecnología militar.
Un golpe contundente al eje Moscú–Pekín–Teherán
La salida de Maduro representaría, en conjunto, un golpe estratégico al eje Moscú–Pekín–Teherán en América Latina. Rusia perdería presencia militar y contratos energéticos; China vería debilitada su expansión de infraestructura y petróleo; e Irán se quedaría sin su principal base para operaciones financieras, tecnológicas y militares en el continente.
Para Washington, en cambio, significaría una victoria geopolítica y simbólica: recuperar influencia en un territorio que durante dos décadas fue emblema del desafío al orden hemisférico liderado por EE.UU.

Lo que suceda en Venezuela no solo definirá el futuro político de Caracas, sino que también impactará directamente en las estrategias globales de Rusia, China e Irán. Para estas potencias, la permanencia de Maduro garantiza un espacio de maniobra frente a Occidente; para EE.UU., su salida sería la oportunidad de reconfigurar el mapa de poder en el continente. La pregunta ya no es si habrá repercusiones, sino qué tan profundas serán en el equilibrio regional y mundial.