
Quito, Ecuador
Siempre que leemos que una película está “basada en hechos reales” se nos ofrece la posibilidad de la conversación ontológica: ¿qué son los hechos reales? ¿Los hechos reales según quién? ¿Qué tan abajo quedaron esos hechos reales? En el caso de “El Conjuro 4: Últimos ritos”, en donde asistimos a la supuesta infestación de una casa en Pensilvania, el problema se agudiza. La transformación de la “realidad” en cine no solo depende de la persona que está haciendo el trabajo de escoger qué se queda y qué no, sino mucho antes. La primera transformación la realizan los Warren, el célebre matrimonio entre un supuesto demonólogo y una supuesta médium, quienes relataban a mediados del siglo XX su versión sobre supuestas historias de posesiones, muchas bastante cuestionadas. La segunda transformación viene cuando ellos mismos, a veces con ayuda de profesionales de la novela, lo ponían por escrito con la convicción de que aquel material podría convertirse en un gran producto audiovisual. Y, por último, los directores de cine –James Wan, primero; Michael Chaves, ahora– transforman, con sus propias licencias, ese texto al lenguaje de nuestras pantallas. ¿En dónde están verdaderamente los “hechos reales” en esa acumulación de capas en donde intervienen intereses de todo tipo, sobre todo económicos? El problema es mucho más complejo si, además, las raíces de esos “hechos reales” se hunden en los pantanosos terrenos en donde lo verdaderamente sobrenatural se confunde con el mundo de los trastornos mentales. Se trata de un conflicto que permea toda esta saga considerada la más importante en el terror de los últimos años. ¿Son los Warren, al final, unos grandes negociantes que se aprovecharon de situaciones de vulnerabilidad? Está de sobra decir que creo en la existencia del demonio, en las posesiones y en los exorcismos. Pero justamente por la seriedad de esos temas, su excesiva mediatización y espectacularización hacen que algo no huela bien. Y esto último –el mal olor– suele acompañar, dicen los exorcistas, a la presencia del mal.
