Populismo: una receta para el desastre

El expresidente ecuatoriano José María Velasco Ibarra, en una foto de archivo.

Andrés Erráez

Guayaquil, Ecuador

Es una constante en la historia humana que aquello que unos descubren, otros usen como armas. El populismo es justamente aquello, una práctica conceptualmente viciada que, al ser descrita por teóricos como Ernesto Laclau o Cas Mudde, se ganó un arsenal de estrategias, discursos y relatos que solo contribuyen a lo más nuclear de esta ideología delgada: divide y vencerás.

El grave problema del populismo halla sus raíces en una perspectiva resultadista de la política, aquellos que son movidos por el dinero para obtener resultados electorales haciendo perder de vista tanto a candidatos como civiles la esencia de la política: el servicio. De esa perspectiva deviene otra de las peores concepciones de la estructuración de las relaciones de poder: el juego de la política.

Quisiera invitar a quienes lean este artículo a reflexionar sobre lo siguiente: ¿Qué exactamente creen que es un juego sobre la política? ¿La construcción de un puente? ¿La de un hospital? ¿La refinanciación de la deuda externa? ¿El diseño del pénsum académico nacional? ¿La vida de la gente incluidos aquellos que creen que tienen poder? Les aseguro damas y caballeros que nada de esto es un juego.

Una mentira dicha mil veces se vuelve verdad, hemos asumido que la política es un juego, y los memes no faltaron. Los políticos no crecen en los árboles y aunque se terminen de hacer visibles en la asamblea, en la corte o en la presidencia, toman forma en el hogar, en los colegios, en los padres y profesores que repiten sin esperanza que la política es una basura, un juego o algo incambiable. ¿Y qué puede hacer alguien ante una sociedad de 14 millones de personas en la cual un porcentaje significativo de la población piensa y habla de tal modo? Seguir el curso de la corriente.

Es ese el devenir del populismo, un pueblo desunido por rencores y ambiciones que ni siquiera son suyos o que quizás en algún momento sintieron, pero ¿En verdad tenemos un odio natural por la gente que piensa al otro lado del cerco ideológico? ¿O es algo que alguien más trata de imponernos? ¿No somos acaso en gran medida las historias que nos contamos a nosotros mismos? Ello conlleva una gran responsabilidad, sin embargo, en un sistema político donde gobierna el populismo porque “funciona” son otros quienes inciden sustancialmente en nuestros sistemas de creencias.

Y qué difícil para el ecuatoriano reconocer un error, si le han enseñado a ser orgulloso, más no humilde; le han enseñado a luchar, pero no a cooperar; le han enseñado a salir adelante como sea, no a ser éticos. En el populismo no hay lugar para la ética, no en una ideología fina que opera en función de las divisiones y la aglomeración de demandas aparentemente equivalentes y contrapuestas a otro grupo de demandas. ¿Cómo va a ser ético dividir por una investidura al hijo contra el padre y a la hija contra la madre?

Sin embargo, los esfuerzos de paz ya no son sencillos, la división populista que nos levanta a unos contra otros no es endémica de nuestro Ecuador. También la sufre Estados Unidos, Francia, Argentina, Colombia. Ya la “lucha” es internacional una lucha que es privada de razón, de libertad y de sentido común. ¿Cómo cambiar a un país que vivió 14 años de odio? ¿Cómo cambiar un mundo que aún no supera la guerra fría?

Por su propia naturaleza, el populismo puede ser de izquierdas o de derechas. En palabras de mis padres “para pelear se necesitan dos”. Qué difícil cambiarlo, eso sería una gran perdida para los ambiciosos, para los más iguales entre sí, para los mejores jugadores; y, por el contrario, sería una victoria para todos. ¿Alguien sabe en este gobierno sobre política? ¿Alguien tiene el valor de ser honesto? ¿De vivir o morir por el Ecuador? He entonces ahí la sombra más oscura de nuestra tierra abandonada: el narcotráfico.

Un mundo debajo de un mundo al cual solo le queda lentamente implosionar y, a quienes lo detecten a tiempo, solo les quedará, como en el cuento Casa Tomada de Julio Cortázar, cerrar la casa con llave y ellos afuera. El narcotráfico se sirve del populismo porque, muy al contrario de lo que parece, le quita visibilidad. Estamos tan ocupados peleando entre nosotros que no tenemos idea de los que vienen detrás, aquellos que – eventualmente – nos van a empujar al borde de ser refugiados o de ser mártires.

El mal uso de la política, de los fondos públicos, de la fe de la gente en detrimento de la atención a sus necesidades básicas nos llevó a esto. Un proverbio africano reza: “el niño que no siente el calor de la aldea, quemará la aldea para sentir su calor”. Y nuestra aldea ya está ardiendo.

Pero aún estamos a tiempo, como he escrito en anteriores ocasiones, más allá de haber esperanza, hay posibilidades y eso, en este momento, es suficiente para hacer el trabajo ahora, no solo el presidente, no solo los asambleístas, todos, unidos, un solo Ecuador.

Más relacionadas