La Constitución del Ecuador: la rutina de lo extraordinario

Machala (El Oro), 17 de septiembre de 2025.- El presidente de la República, Daniel Noboa, mantuvo una entrevista con Carlos Espinoza, de la radio Gaviota en la ciudad de Machala. Foto: Isaac Castillo/Presidencia de la República.

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

No parece tarea fácil ponerle una etiqueta a estos tiempos que vive el Ecuador. En sentido estricto, podríamos decir que son anormales y, a la vez, que no son nada a lo que no estemos acostumbrados. Por eso, como anillo al dedo cae la genial frase de Juan Pablo Varsky para describir el fútbol del mejor de la historia: “Messi, la rutina de lo extraordinario”.

Bien se puede extrapolar al contexto ecuatoriano, que una vez más vislumbra el sepelio de su constitución. Desde 1830, el Estado ha sido fundado y refundado en 20 ocasiones. Pues, 20 han sido nuestras constituciones, también conocidas como “normas fundamentales” del Estado, en el sentido de que –enseña la teoría del derecho– dan fundamento al ordenamiento jurídico y no reciben de éste su fundamento.

El promedio de vida de cada constitución ecuatoriana es de 11, 2 años. Viven como estrellas del rock: they live hard and die young; hacen ruido y se apagan pronto. Hoy, con la convocatoria a consulta sobre asamblea constituyente, podemos ver de qué tipo de muerte la Constitución del 2008 podría partir.

El Presidente ha optado por saltarse el dictamen de la Corte Constitucional, lo cual da pie para explicar que el cambio constitucional siempre ocurre mediante una vía de hecho o de derecho.

En Ecuador, la propia Constitución tiene normas para la convocatoria a una mal llamada asamblea constituyente (sí, ¡normas para su autodestrucción!), que prescriben que antes de la convocatoria debe existir un dictamen de la Corte Constitucional. Esta es la vía de derecho, en donde realmente no hay poder constituyente, sino poder constituído y reglamentado por el propio ordenamiento jurídico.

Sin embargo, la que ha elegido Noboa es la vía de hecho, que consiste en un auténtico poder constituyente que se ejerce extra ordinem, por fuera del derecho. Se trata de una renuncia a la vía ordinaria. Y, ¿qué nos deja esta renuncia? La rutina de lo extraordinario.

El riesgo de la rutina es la costumbre. Le pasó al mundo con Messi, que normalizó el arte y la hazaña. Le ha pasado a nuestro país, acostumbrado a normalizar la excepción y convivir con la inestabilidad. Esta facilidad con la que enterramos y resucitamos constituciones revela algo más hondo: la fragilidad de nuestras instituciones.

Ahora, queda esperar que el proyecto de constitución sea lo suficientemente universal como para perdurar.

Más relacionadas