
Guayaquil, Ecuador
Ahora que está de moda preguntarse qué requisitos debería tener aquel que desea participar en política, y una vez establecidos los problemas intrínsecos de una democracia, es decir, ésta solo sirve para transferir el poder pacíficamente, más no para dar con el “mejor”. Cabe preguntarse ¿cómo fabricar una democracia a prueba de tontos?
La clave está en reconocer que más allá de nuestros deseos, y en orden a reflexionar sobre la política sin romanticismos, se requiere entender que quien resulta electo luego de un proceso democrático, es en el mejor de los casos quien mejor comunicó sus ideas, planteó una mejor campaña o aquel que llegó a más personas, ya sea por su carisma o mensaje, lo que no necesariamente es lo mismo que decir, dar con el mejor. De hecho, describir al mejor también puede ser más complejo de lo que la mayoría supone.
Ahora bien, ¿cómo fabricar una democracia a prueba de tontos? Y sobre todo, ¿por qué esto es tan necesario? Si tomamos como advertencia válida, la sentencia parafraseada de Facundo Cabral quien sostenía que “los tontos son tantos, que hasta eligen presidente”, se torna casi un requerimiento mandatorio, que nuestro sistema nos libre de nuestros propios excesos y por sobre todo, de los excesos que pudieran cometer aquellos “que van a gobernar”.
En este sentido, una vez más hay que acudir a la historia y tomar nota de aquella idea que ha mostrado ser tan prudente como útil, a la hora de evitar los males mayores que un proceso de esta naturaleza pudiera tener aparejados. Me refiero, a la idea de tener un gobierno limitado, de manera tal que sin importar nuestros defectos como electores, o el talante e intenciones de quien temporalmente gobierne, hayamos limitado previamente el ámbito o alcance de sus acciones.
Es decir, elegimos básicamente a uno entre varios con la intención de que atienda unos temas muy concretos y específicos, ni más ni menos. La idea de limitar el poder del gobierno, y por extensión el poder de quien lo ejerce, funciona como un mecanismo de prevención de excesos y como límite natural para contener a quienes alcanzan el poder.

Esta idea también contiene otro efecto benéfico implícito, supone que los gobiernos no se instituyen entre los hombres para ver que se “hace con la herencia de la abuela”, un exceso más, propio de no contar con un gobierno estricta y adecuadamente limitado. Y finalmente, evita que nuestra apatía, ignorancia o la manipulación política, dé como resultado que se pueda poner al país patas arriba, pues el ámbito específico de la acción del gobierno cuenta con su propia camisa de fuerza.
Seguimos conversando.