
Oscar Terán Terán
Quito, Ecuador
El Ecuador atraviesa una situación espantosa: la vida amenazada, la libertad comprometida, la paz administrada por la delincuencia, los costos en ascenso y las fuentes de trabajo en descenso. El presente es confusión y el futuro no se avizora. De las crisis se culpa a los gobiernos y los gobiernos las endosan a la constitución y convocan a Asamblea Constituyente. Asamblea que se elige, se reúne y aprueba el nuevo marco jurídico. Todo sin mayor reflexión, superficialmente…
Una Constitución es el marco conceptual de los elementos del Estado, que son: población, territorio, gobierno y soberanía. Con estas pocas líneas ya se advierte la atrocidad de la actual constitución, la de la revolución ciudadana, la que iba a durar 300 años y en un momento de euforia hablaron de 800 años.
La población ha sido la principal víctima, porque se desvirtuó su identidad. La población del Ecuador ya no tiene nacionalidad única, la que le pertenece, la ecuatoriana; ahora se le imponen nacionalidades ancestrales, a pesar que los indígenas apenas son el 7% de la población. Víctima también por lo de la ciudadanía universal, que abrió fronteras, para cualquiera, sin considerar antecedentes delictivos.
Así fue que sufrimos una verdadera invasión de gente indeseable con la que se desbordó la delincuencia, apareció el narcotráfico, desapareció la isla de paz que el Ecuador antes fue. Como siempre ocurre, los más débiles fueron las primeras víctimas. Niños y jóvenes se incorporaron al narco tráfico no sólo como consumidores sino como distribuidores. Entre otras cosas gracias a la odiosa y absurda distinción de penas: si los delitos son cometidos por menores de edad o embarazadas, la pena es menor. Provocando que las bandas se llenen de menores y embarazadas.
El territorio, segundo elemento, también ha sido estropeado. Los tratados internacionales con más valor que la legislación nacional. De las 200 millas de mar territorial bajamos a 12. Con lo cual se hizo imposible que se patrulle el mar territorial. Antes faltaban embarcaciones, ahora faltan las embarcaciones y la jurisdicción. Se dejó vía libre, tanto al tráfico ilícito cuanto a la pesca de especies marítimas. Potencias extranjeras pasean a sus anchas por donde fueron nuestros mares y pescan todo lo que quieren sin preocuparse de la depredación que causan. Tratados internacionales ni siquiera conocidos, peor aprobados, le han embarcado en secreto al Ecuador en agendas globalistas cuya finalidad es, precisamente, eliminar la soberanía de los Estados.
El gobierno, tercer elemento, está íntimamente ligado a la Constitución, que fuera ideada por profesores socialistas de la universidad de Valencia de España, tiene dos partes: una conceptual y otra orgánica. En la conceptual aparecen como que fuera concurso de inventiva, una lista de “derechos”. No son derechos, pueden ser deseos, necesidades, ofrecimientos de campaña, moneda de cambio por votos. Porque los derechos son gratis, no cuestan, y son iguales para todos. No los confiere un político o un legislador. Nos vienen dados por Dios, para los creyentes y por la naturaleza para los demás.
A estos derechos de verdad, en doctrina se les conoce como inalienables, son: vida, libertad y búsqueda de la felicidad. Los demás son derechos son contractuales porque nacen de la libre voluntad de las partes contratantes. Llamar derecho a lo que no es derecho es una maldad por partida doble: se le engaña al ciudadano que se ilusiona para luego desmoralizarse.
Esos falsos derechos: salarios, vivienda, educación salud, cuestan y cuestan bastante, el Estado (gobierno de turno) carece de los recursos para satisfacerlos. Cada “derecho” requiere legislación, presupuesto, oficina, vehículos, empleados, jefes, luz, agua, internet, teléfono, etc… No alcanza para todos, sólo para amigos, coidearios o socios. Es claro que ciudadanos y gobiernos pierden, ¿alguien gana? Desde luego, gana el legislador, que ha cumplido el ofrecimiento de campaña (yo te ofrezco, busca quién te lo dé), gana también el gobernante que se da un baño de popularidad con el mero anuncio, gana la burocracia, porque cada “derecho” le representa administrar una parcela de Poder, y gana la oposición porque del incumplimiento del derecho hace plataforma de campaña para la siguiente elección.
¿Quién pierde? El Ecuador.
Hace 25 siglos, los griegos, esos referentes de filosofía, ética y lógica, inventaron la Democracia. Se juntaban en asamblea los ciudadanos y discutían los problemas generales. No eran muchos los que se reunían, porque las mujeres no participaban, tampoco los esclavos. Las decisiones las tomaban asistentes, por sí mismos, sin que haya necesidad de alguien que los represente. A eso le llamaron democracia. (Demos pueblo y Kratia gobierno).
La Democracia directa no es posible aplicar, porque hay muchos ciudadanos. Queda la Democracia indirecta. Esta se ejerce por medio de tercera persona a quien se elige para que administre lo que es de todos. Ese elegido es un mandatario, es decir una persona que está a la orden del mandante (del elector). Tiene que cumplir con lo que el mandante le ordene. Aquí viene el gran malentendido de la actual Democracia, es una Democracia invertida, porque se han invertido los papeles: el mandatario se siente mandamás y así actúa, el mandante se siente inferior y así actúa: como ciudadano de segunda categoría.
Si la nueva Constitución se ocupara de esos elementos del Estado, la soberanía vendría de suyo. Si fuera redactada sin ditirambos, sin caer en “wokismo”, sin inventar derechos, con tres funciones, separadas e independientes: legislativo, ejecutivo y judicial. Devolver a los ciudadanos los derechos a elegir y ser elegidos que han sido secuestrados por los partidos políticos. Que la ley y la justicia sean para todos, sin jurisdicciones, territorios, autoridades, para minorías.
Ortega y Gasset, dice que la claridad es la cortesía del filósofo, los asambleístas que la precisión en la redacción y en los conceptos es la cortesía del legislador. Para ahorrarnos el bochorno de tener una constitución de 444 artículos que en su día fue la más larga del mundo, que hoy es la segunda después de la hindú.
En definitiva, que con la nueva constitución se ejerza ciudadanía, para que los ecuatorianos -todos- con los mismos derechos y obligaciones, tengamos un vínculo legal y sicológico, que permitan alcanzar sentido de pertenencia y amor patrio. Con mutuo respeto.

Estas y otras reflexiones debería hacerse con ciudadanos responsables, honestos, patriotas, que no tengan aspiración política de ninguna especie, ni deseo de figuración, ni afán de lucro, ni que presuman de inteligencia o sabiduría… Que tengan un amplio espectro ideológico… Sin sectarismos…
¿Habrá de esos ciudadanos?