La nueva crisis del liberalismo retratada en el caso Kirk

Charlie Kirk.

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

Hace un par de semanas, The Economist publicó el artículo Is the American left really more supportive of political violence?.El texto analiza si el liberalismo de izquierda –liberals o democrats– era más afín al uso de la violencia como medio para alcanzar fines políticos respecto de su contraparte, el liberalismo de centro y derecha – moderates, conservatives o republicans.

¿Los resultados? Que casi uno de cada tres (⅓) jóvenes liberales estadounidenses, ya sean de izquierda o derecha, apoyan la violencia política en ciertas circunstancias. De modo que un incipiente virus de la violencia está insertado en la mente misma de quienes se autoidentifican como liberales, sin importar su vertiente.

Para ese tercio de jóvenes extremistas, todo vale para conseguir el progreso. Les parece tal la nobleza de su ideal que cualquier medio para su consecución estaría legitimado. Esto me hace pensar en Michelle Taruffo, abogado y epistemólogo. Comentando los sistemas en donde las controversias no se resuelven siguiendo el debido proceso, decía él que lamentablemente se institucionaliza el “no gana quien tiene razón; tiene razón quien gana”.

El ganar cobra tal relevancia que el cómo ganas se relativiza. Aquello, que por el más elemental sentido común debería ser repulsivo, es precisamente lo que un tercio de jóvenes norteamericanos no titubea en justificar.

El problema de si el fin justifica los medios no es nada nuevo. Así, ya en la época liberal se ven líneas grises. Por ejemplo, Mill justificaba el gobierno despótico para llevar a los pueblos incivilizados al progreso. En Ecuador, el liberal Alfaro habría dicho que no quería perder en papeletas (voto electoral) el poder alcanzado con las bayonetas. Al fin y al cabo, lo importante era avanzar hacia el “progreso”, entendido como la posibilidad de que cada quien desarrolle su individualidad al máximo posible, aboliendo el “despotismo de la costumbre” y la uniformidad.

Menos mal, la decencia todavía tiene espacio. Es obvio que no todos los liberales estarían de acuerdo con el todo vale. No en vano uno de sus fundamentos es el principio del no daño a los derechos de terceros. Como se desprende de la publicación de The Economist, todavía son poco más de dos de cada tres (⅔) jóvenes liberales que se oponen a la violencia política.

Sin embargo, el estante tercio extremista, en nombre del ideal pierde todo respeto por la realidad y la persona humana, a quien le da valor solo en la medida en que sirva a su idea de progreso. No sería descabellado aventurar la hipótesis de que se trata de un extremismo alimentado por la crisis de propósito de la vida moderna.

El vacío no es placentero y el insaciable apetito del por qué y para qué lleva a buscar a refugio en una u otra ideología. Así, nace el desmedido apego emocional a las ideas sobre cómo debería ser el mundo, que corre a la par con un profundo desprecio respecto de cómo el mundo efectivamente es. Además, el intolerable vacío se anestesia por el sentido de pertenencia que da la ideología, que sirve como vínculo común para las personas que comulgan con ella.

En estos tiempos, para sentir la pertenencia al grupo ni siquiera hace falta un contacto real. La virtualidad subsana ese requisito. Es más, que el grupo se componga por desconocidos podría provocar la sensación de estar al servicio de una causa más grande que uno mismo, colmando así la sed humana de trascendencia.

Ahora bien, el oscuro dato revelado por The Economist parece estar cayendo en oídos sordos. El nefasto asesinato de Charlie Kirk, que disparó respuestas políticas y nuevas mediciones de opinión, retrata todo el problema de la violencia política y la incapacidad de manejarlo.

En lugar de mirarlo como un virus dentro del liberalismo como tal, los políticos y muchos medios lo ven como una dicotomía de izquierda-derecha. Con honrosas excepciones, este pensamiento reduccionista lleva a cada bando a culpar al otro por la promoción de la cultura de la violencia.

El interés de posicionar su partido o su ideología impide reconocer la viga en el propio ojo, pero mirar la paja en el ajeno. Esta tóxica retórica política agudiza la crisis. Siguiendo los resultados de la investigación de The Economist, responsabilizar al oponente de toda la violencia hace que el propio grupo apoye más la violencia.

De ser ciertos los datos, no puede haber tintas medias, o se condena la violencia –venga de donde venga– o se la promueve. No vaya a ser que, de no tomar cartas en el asunto, los liberales se conviertan en el lobo de sí mismos.

Nota: la división de liberalismo de izquierda y de derecha está tomada de Patrick Deneen, filósofo de la política.

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