Por una niñez sin precio: abolir la maternidad subrogada

REFERENCIA

José Gabriel Cornejo

Quito, Ecuador

Las causas universales todavía existen. Una mujer jóven entra a Roma, le dice al Papa que es atea y feminista. Él escucha. Ella le dice más: que los niños no deben tener un precio; que comprar no es igual a adoptar; y, que pese a haber sido concebida mediante la maternidad subrogada, no duda ni un segundo en condenarla.

Francisco se preocupa y se interesa: la causa de Olivia Maurel se vuelve la suya. No es quimera, es humanismo. No se recuerda una causa que, con tanta contundencia como esta, haya logrado juntar a personas que se sientan en las antípodas ideológicas. La lucha por la abolición de la maternidad subrogada y la consecuente explotación de mujeres –especialmente, las más pobres– es un hito que se debe celebrar por esta razón.

No se trata de Olivia y el Papa, son cientos los expertos multidisciplinarios, activistas, políticos y organizaciones –desde la izquierda a la derecha– que alrededor del mundo promueven el fin de los vientres de alquiler.

Bajo la posta del grupo Declaración de Casablanca, del que Olivia hace parte, trabajan para que en las jurisdicciones del mundo se ponga fin al comercio de hijos mediante la firma de un tratado internacional. La afectación es global, porque las transacciones se realizan entre personas de distintos países y a menudo implican el desplazamiento de quien llevará a cabo el embarazo.

A partir de eufemismos, el alquiler de vientres se presenta como una forma consensuada y altruista de fundar una familia. Esta forma de enmarcar el tema pretende manipular la percepción pública respecto de un asunto altamente sensible. El auténtico rostro del rentable negocio –valuado por Market Insights en 14.4 billones de dólares y con un crecimiento estimado a 200 billones para 2034– se maquilla apelando a la idea de que la maternidad subrogada es un modo de garantizar el derecho a tener un hijo, para aquellas personas (aunque sea una sola) que no quieren el embarazo o no pueden conseguirlo (incluso por razones biológicas, como ser un hombre).

¿Cómo se ve realmente este mercado? Reem Alsalem, reportera especial de las Naciones Unidas sobre la violencia contra la mujer, le dijo a la Asamblea General que los bebés nacidos por gestación subrogada son separados al nacer de la única madre que conocen y con quien tienen un profundo vínculo, sometiéndose a un duelo desde el inicio de su vida.

Además, las mujeres que son utilizadas sufren violencia física, psicológica y económica. Pese a esto, ni el 10% del dinero que se mueve en este mercado llega a las mujeres utilizadas como subrogantes. No existe un precio fijo por alquilar un vientre o comprar un hijo, pero investigaciones indican que en países como Colombia hay mujeres dispuestas a hacerlo por  tan solo 4 mil dólares y en Ecuador el precio no se aleja mucho.

Esto no es todo. Desde el momento que se pone un precio al niño y al cuerpo de la madre, se cruza una línea roja que desfigura la noción de respeto a la dignidad humana. Por ello, no es sorpresivo que –según afirma The Telegraphlos contratantes busquen forzar el aborto de bebés que vienen con defectos y negarle  el pago prometido a la madre biológica.

Tampoco llama la atención la deshumanización de las madres, a quienes “es mejor referirse” como personas gestantes e incluso ovens (hornos). Algunos distinguen entre subrogación comercial y altruista, pero en la práctica ambas implican la cosificación del cuerpo.

La causa todavía no está ganada y, sin duda, tiene detractores que se aferran con los dientes a evitar la abolición. ¡Claro! A nadie le gusta que le toquen el bolsillo. Sin embargo, la pluralidad de voces que condenan la maternidad subrogada –desde distintos sectores del espectro político– es un potente signo de esperanza. Todavía queda un sentido universal de justicia. Más aún, queda gente que, como Olivia, no puede sentarse a mirar cómo a un niño se le pone precio, a costa de la vulnerabilidad de su madre.

Más relacionadas